KEN EL CHACAL

 

XVI – La última cuenta

 

 

 

Louis se vuelve a mirar hacia el río que hace apenas un momento han vadeado. Al atravesarlo, han abandonado los Estados Unidos y acaban de entrar en México. Ken tiene intención de dirigirse hacia el sur, para establecerse en alguna región del altiplano central, donde está convencido de que nadie lo conoce. Piensa en comprarse una hacienda y disfrutar en ella el dinero que ha conseguido como recompensa por las cabezas de los Doce Apóstoles. Louis se queda unos momentos mirando hacia el río, sintiendo la mirada de Ken en su nuca. El vello sedoso de la piel se le pone de punta porque sabe que Ken está a punto de poseerlo. Ken se lo ha dicho poco antes de cruzar la frontera:

-            Cuando entremos en México, te agradeceré todo lo que has hecho por mí.

-            Qué … quieres decir, Ken?

Ken sonríe, sarcásticamente. Le dice:

-            He querido reservarte, Louis. Tú lo sabes. Todo este tiempo que has estado conmigo, he podido tomarte, pero me he contenido. No sé por qué, a veces me lo pregunto. No es normal que yo resista tanto con uno como tú a mi lado. Con Hugh, por ejemplo, fue distinto. Pero no sé … eres el más joven de todos los que he tenido. Tal vez es por eso. Sólo tienes veinte años. Te he visto un poco … inocente.

-            To … tomarme?

Ken pasa la mano por la nuca del muchacho. Siente su estremecimiento. Le dice:

-            Desnúdate.

-            A … ahora?

-            Sí … ahora …

Louis se quita el sombrero, lo coloca sobre la hierba reseca. Ken le acaricia el cabello, deslizando sus dedos por los rizos un poco revueltos, peinándoselo un poco con la mano, sobre la nuca y el cráneo sudorosos. Ken nunca ha sentido, antes, algo parecido. Suspira profundamente, mientras el muchacho se desabotona la camisa con dedos vacilantes. Louis murmura:

-            Ken … tu … tu miembro … es muy grande. Te lo pido … no me hagas daño.

Ken sonríe, ahora casi con ternura. Para ser un chico que cuidaba vacas, Louis parece tan pudoroso, tan cuidadoso con sus palabras. El muchacho se quita la camisa. Su torso es musculoso, casi impoluto. Sus pezones son carnosos y rosados. Cuando Ken se los acaricia, cuando se los pellizca un poco, se le ponen puntiagudos. Suelta una risita nerviosa, porque le produce cosquillas, pero casi al instante se muerde los labios. Su rostro está completamente ruborizado.

-            No pretendo hacerte daño … pero va a dolerte … por supuesto.

-            Sí … eso lo sé …

Louis suspira. Se inclina sobre sus piernas para desprenderse de sus botas de vaquero. Sus pies están sudados. Ken aspira profundamente el olor del muchacho, como el de una presa preciosa, el sudor casi adolescente de sus escasos sobacos. El Chacal aspira el aroma de este joven vaquero al que convenció para que dejase sus vacas y lo siguiera en sus aventuras como compañero. Louis se desprende de sus pantalones. Sus piernas son musculosas pero, como casi el resto de su cuerpo, apenas cubiertas por un pelo suave, casi imperceptible, aunque en estos momentos se ha puesto de punta. Ken le acaricia los muslos mientras el muchacho se detiene un momento, sin saber qué hacer. Su joven verga está erecta. 

-            ¿Te gusta que te toque … verdad?

-            Sí … me gusta que me acaricies, Ken.

-            No voy a tocártela … no soy un marica, Louis.

-            Lo sé … Ken … lo sé … ¡yo tampoco!

-            Estás un poco pálido … ¿me tienes miedo?

-            No, Ken … claro que no … sé que no me harás daño.

-            ¿Por qué tiemblas, entonces? … te toco un poco para calmarte … levántate … ve hacia aquel claro … tiéndete en la hierba … Toma un poco de sol mientras yo me preparo.

Louis se levanta sin decir palabra. Mientras camina hacia el claro, Ken se queda mirando su culo precioso, como percibiéndolo con anticipación en su polla. Está completamente convencido de que el muchacho es virgen … al menos analmente. Ken alza un poco la voz, para decirle: 

-            ¿Te ha dado por el culo antes algún hombre, Louis?   ¿Le has dado tú a alguno?

La cara del joven vaquero ha pasado de la palidez a un rubor rosáceo que desciende a su cuello:

-            No, Ken … ya te lo he dicho. Nunca he hecho esto.

-            ¿Has tenido alguna novia?

-            Tuve una chica … en mi pueblo … pero yo era pobre … no tenía nada que ofrecerle … sus padres nos separaron … ellos tenían una tienda.

-            ¿Te la follaste?

-            No … unas cuantas caricias … algunos besos … sus padres nos sorprendieron … en la tienda.

 

Ken sonríe, sarcásticamente, acariciándose su verga de caballo, casi completamente empalmada debajo de sus pantalones. Casi le da pena este muchacho. La vida en el Oeste es dura para un chico pobre como él. Con veinte años, el joven vaquero, que ni siquiera ha comenzado su corta carrera de forajido, es completamente virgen. Aunque parezca mentira, llevando especialmente la vida que Ken ha llevado, estas cosas suceden también en el Oeste, donde en muchas regiones las chicas casaderas escasean, y están muy protegidas por sus padres o por sus hermanos. Con su escaso sueldo de vaquero, seguramente, el muchacho no ha podido pagarse una prostituta.

Louis se tiende sobre la hierba reseca, en el claro que Ken le ha indicado, boca abajo, alzando la cabeza para mirar a su compañero. La visión de la verga de caballo de Ken le produce un estremecimiento, una mezcla de pánico y de placer. Entre las briznas de hierba reseca, en contacto con la tierra caliente, su joven verga continúa erecta. Siente, también, un poco de ganas de orinar. Aunque el calor acaricia su culo precioso, impoluto, el cuerpo de Louis comienza a estremecerse en escalofríos. Está tan confuso que ni él mismo es consciente de sus mezcladas emociones. Por una parte, desea ser poseído, entregarse por completo … por completo … a un compañero, encontrar en él una prolongada protección, un calor compartido para siempre en una tierra tan peligrosa. Por otra parte, piensa que todo esto va a superarlo; su mente le dice que salte y eche a correr, que se ponga a salvo, pero el joven vaquero permanece como paralizado, como una joven gacela que esperase a su depredador. Cuando quiere darse cuenta, Ken está a sus espaldas; le coloca las manos en la cintura y lo alza casi con cuidado, como a una pieza de porcelana preciosa. Lo coloca de rodillas, abriéndole un poco las piernas, poniéndole el culo en alto. Le dice:

-            Quédate así.

Ken gargajea y escupe en la palma de su mano izquierda, mientras con la derecha se levanta su verga de caballo. Extiende cuidadosamente la saliva viscosa por el tronco, un poco curvado, por la cabeza violácea. Examina el ano del muchacho. Es el ojo de una aguja: es evidente que nada ha pasado por ahí antes. El perineo del joven vaquero está prácticamente impoluto. Ken escupe, también, sobre el minúsculo orificio. Entonces comienza a empujar.

-            Aaaaaaaaaaaiiiiiiiiiiiiiieeeeeeeeeeee!!

Louis suelta un grito desgarrador mientras la verga de caballo de Ken lo va desvirgando. Se muerde el labio inferior, haciéndose sangre. Agarra unas briznas de hierba reseca, hunde sus uñas en la tierra. Propulsa el cuello hacia atrás, violentamente, casi fracturándoselo. Sus labios se despliegan, mostrando sus dientes apretados. Sus ojos oscilan por unos momentos, alzándose hacia el cénit, pero los cierra al instante, porque sabe que el sol puede cegárselos. Ken sujeta su cuerpo, tensado como la cuerda de un arco, colocándole una mano en la frente. La cabeza de la verga de Ken puede apreciarse presionando, sobresaliendo un poco por debajo de la base del estómago del muchacho. El joven vaquero vomita. Es demasiado para él. Ken se folla a Louis con un ritmo preciso y prolongado, empalándolo en su magnífico miembro. Al joven vaquero la verga se le ha aflojado visiblemente, pero permanece unos momentos un poco empalmada, sus pelotas casi impolutas oscilan al ritmo que Ken le impone. Su joven corazón palpita aceleradamente, y cuando Ken presiona en cierto punto, la verga del muchacho vuelve a empalmarse por completo. Mientras Ken lo sodomiza, Louis comienza a orinarse. Ken, al apreciarlo, sonríe, sarcásticamente, diciéndole:

-            Te meas de gusto, Louis. Es evidente que esto te gusta.  

 Ken … Ken … creo que … voy a desmayarme. Por favor … Ken …

-            No tardaré mucho en correrme … Me he reservado todos este tiempo para ti, Louis … Nunca había hecho esto … esperar tanto … con ningún otro …

La verga de caballo de Ken ha abierto el culo de Louis ampliamente, sus cojones de minotauro se aprietan palpitando sobre las nalgas ensanchadas del muchacho. Ken gruñe como un monstruo y comienza a correrse. Cuando Louis comienza a sentir el calostro caliente de Ken en sus vísceras, empieza a perder la consciencia.

Ken abofetea un poco la cara del muchacho. Los párpados del joven vaquero palpitan, sus pestañas aletean, sus ojos oscilan. Ken le dice:

-            Despierta, bello durmiente …

Louis mira a Ken, como si no comprendiera. Sus labios balbucean:

-            Ken … Ken … ¿qué … qué ha … qué ha pasado …?

Ken prorrumpe en una carcajada. Le dice a Louis, con sonrisa socarrona:

-            Has probado tu primera verga … eso es lo que ha pasado …

Después murmura:

-            Tu primera verga … y la última.

Y muestra al muchacho una sonrisa de depredador, que este todavía no procesa.

 

Ken mira a Louis, mientras el joven vaquero se viste con dificultad. Durante unos momentos sus piernas no parecen responderle. Cuando acaba de ceñirse el pantalón a las musculosas nalgas, Ken comprueba que su calostro, que el culo del muchacho expulsa o no ha podido absorber completamente, impregna la tela del pantalón vaquero dejándole una amplia mancha húmeda entre los muslos. El muchacho es apenas consciente.   Se levanta sobre las temblorosas piernas, pero por un momento parece que va a perder el equilibrio. Ken le dice:

-            ¿Quieres que te ayude a vestirte?  ¿Te pongo las botas?

-            No … no … yo puedo … sólo estoy un poco … mareado …

Ken ríe mostrando unos dientes de hiena. Louis procura mostrar entereza, mientras se pone las botas, ajustándose un poco las espuelas. Cuando se pone la camisa, después el sombrero, camina torpemente hacia un árbol, buscando su sombra. El joven vaquero se sienta sobre las raíces del tronco, exhausto, jadeando para recuperar un poco de aliento. Después, se adormece.

Ken se sorprende al darse cuenta de que siente, por este muchacho, lo que nunca antes ha sentido por ningún hombre: un poco de ternura. Cuando es consciente de ese sentimiento, Ken masculla unos improperios, que dirige a sí mismo. Después, se dice:

-            No sabe que voy a matarlo. Este muchacho es un imbécil. Se ha dejado caer en mis garras como una palomita en las de un gavilán. Cuando llegue el momento, voy a desplumarte viva, palomita. Así te pagaré lo que te debo.

 

Durante los días siguientes, mientras continúan su camino, Louis se balancea a veces un poco en la silla de su caballo. Ken lo mira y le pregunta:

-            ¿Te sigue doliendo?

-            Sí … Ken … un poco …

-            Sobre todo cuando cagas … ¿no es cierto?

-            Sí … pero ya no me sale sangre …

-            Perfecto … así te vas preparando para la próxima.

Ken le ha dicho – mintiéndole – que la próxima vez le dolerá menos. Louis no puede ni siquiera imaginar … cuánto le dolerá. El joven vaquero está un poco taciturno. Su vida ha dado un vuelco. Es un cambio que su mente no es capaz de procesar. Está … tan confuso. Louis ha elegido seguir a Ken, casi ciegamente, pero su elección está empezando a dejar de convencerle, aunque al mismo tiempo siente por su compañero una atracción irresistible, por lo que incluso comienza a hacer suyas sus motivaciones. Aunque él no es consciente, el Chacal lo ha secuestrado, mentalmente. Se dice:

-            “No sé a dónde me lleva. No sé qué voy a hacer con él, aquí en México. Pero Ken tiene razón … han puesto precio a su cabeza en todos los Estados Unidos … si me han visto con él … también me estarán buscando a mí … me ahorcarán sólo por eso. Ninguno de los dos puede dar, ahora, marcha atrás … Ken sólo quiere vivir en paz … no quiere que los sheriffs y los cazadores de recompensas lo persigan más … pero es posible que a mí no me hayan visto … con él … yo podría volver a los Estados Unidos … con mi parte de la recompensa emprender algún negocio en mi pueblo … es posible que entonces los padres de Mary SÍ me quisieran como esposo para ella … podríamos casarnos … mi madre siempre me decía que no me metiera en problemas … que me alejara de las malas influencias … que encontrara una buena chica para formar una familia … que asentara la cabeza … SÍ … es lo mejor para mí … de repente … tengo miedo … pero tengo que decírselo … tengo que decírselo!”

 

Louis no sabe cómo se lo tomará Ken, siente ese desasosiego en la boca de su estómago, como antes sintió la cabeza violácea de su verga de caballo, cuando le hizo vomitar, pero tiene que decirle lo que ha decidido. Louis, no obstante, no se atreve durante todo el día, por eso decide postergarlo hasta la noche, pero al mismo tiempo la teme. ¿Y si escapara, aprovechando la oscuridad, mientras Ken duerme?  Sólo de pensarlo, Louis siente un estremecimiento: NO, no puede arriesgarse a eso!  Tiene que ser sincero con Ken, procurar convencerlo para que lo deje marchar, en caso de que se oponga. Pero Louis tiene un presentimiento, del que no quiere hacerse consciente, que su joven mente se niega a procesar. El joven vaquero siente, a medida que se acerca la noche, unas ganas de orinar que no proceden del agua que ha bebido de su cantimplora.

Cuando comienza a caer el sol, acampan en un pequeño valle, escondido entre las rocas, un lugar que Ken elige, después de supervisar el terreno: en estos territorios fronterizos abundan los bandidos y conviene, por consiguiente, ser prudente. Comen una pequeña cena, mientras se va haciendo de noche, que Ken ha cocinado sobre unas brasas. Ken es apenas consciente de que se siente a gusto cocinando para este chico: le ofrece, incluso, un poco de carne con los dedos, que el muchacho mastica como un cachorro que hubiera apenas echado los dientes. Cuando por un momento siente la boca de Louis en sus dedos, su verga de caballo se endurece.

Cuando terminan, el joven vaquero inspira profundamente, suelta un poco el aire, por la nariz y la boca, y le dice a su compañero:

-            Ken … quiero decirte algo …

-            Dime … Louis …

-            Es algo que estuve pensando en el rancho de Douglas …

-            Pensar mucho no es bueno, muchacho …

-            No quiero quedarme en México. No hablo ni entiendo español, aparte de “gringo”, “hijo de puta”, “señor”, “rancho”, “cantina”, “tequila” … nada más … tú lo hablas bien y puedes entenderte con ellos, pero yo …

-            No hace falta que hables con esos cabrones, Louis … yo hablaré por ti.

 

El joven vaquero sacude nerviosamente la cabeza: se ha encontrado con la oposición que temía encontrar en su compañero. Su corazón comienza a palpitarle aceleradamente en el pecho. Sus ganas de orinar se incrementan. Procura aparentar entereza, pero sus palabras salen de sus labios casi como un susurro:

-            Ken … escucha … quiero volver a los Estados Unidos … con mi parte de la recompensa puedo comprarme unas tierras … hacerme propietario … pero prefiero comprarlas allí …

-            Sé lo que te pasa, Louis … tengo la verga muy grande … es demasiado para ti … ¿verdad?

Louis se ruboriza de repente. Sus palabras salen ahora con un cierto tono de tiple, con trémolo:

-            Ken … me gustan las chicas … quiero casarme … asentar la cabeza …

Ken se encoge de hombros, mirando al muchacho. No parece estar enojado, ni siquiera sorprendido. Asiente con la cabeza.

-            Entonces … quieres regresar.

-            Sí … creo que es lo mejor para mí … para los dos … dividimos la recompensa … como acordamos … tú sigues hacia el sur … yo me voy al norte … Ken … créeme que lo siento … me he sentido muy bien contigo … todo este tiempo … pero la verdad … comprarme un rancho en México … no … no me convence …

-            Bueno … está bien, Louis … por supuesto eres libre de hacer lo que quieras.

 

El joven vaquero respira aliviado. Sonríe a su compañero. Se siente contento, de repente, como si sus temores hubieran sido completamente infundados. Su corazón decelera, poco a poco, en su pecho.

Sucede un momento de silencio, después Ken dice, acariciándose la entrepierna, mirando al muchacho:

-            Pero … no puedes dejarme así … esta noche … Louis … si tenemos que despedirnos, mejor cuando amanezca … ¿no te parece? … esta noche podemos dormir juntos … después de una buena follada, antes de separarnos … mañana …

Louis vuelve a estremecerse, pero es sólo un momento, después le dice a Ken:

-            Claro … claro … pero … prométeme que … me dolerá menos …

Ken suelta una carcajada, mientras se saca la verga de caballo, acariciándosela.

-            Por supuesto … ya estás bastante abierto … te lo haré … como si te hiciera el amor … dulcemente … creo que eres un chico que necesita cariño … quiero lo disfrutes … que guardes de mí un buen recuerdo …

Ken extiende su mano y acaricia las mejillas ruborizadas del joven vaquero. Le quita el sombrero y lo posa sobre una roca. Le acaricia el cabello. Le pasa los dedos por la nuca. Le dice:

-            Es nuestra última noche, Louis … quiero que la aprovechemos …

-            Claro … Ken … claro … podemos pasarlo bien … antes de despedirnos.

-            ¿Sabes? … Me gustas … porque no eres una puta … como era Hugh.

Louis se desnuda, dándole la espalda a Ken, que está tendiendo la manta sobre el terreno. El joven vaquero le pregunta a su compañero:

-            ¿Cómo … cómo quieres que me ponga … como la otra vez?

Ese tono de tiple … ese trémolo … encienden a Ken.

-            Sí … más o menos … ponte aquí … sobre la manta … a cuatro patas.

Louis hace lo que Ken le dice. Camina hacia la manta y se coloca a cuatro patas, como un perro. Ken observa cómo el muchacho sacude un poco la pelvis, como posicionándose. El movimiento del culo de Louis, que apenas es premeditado, enciende la cabeza violácea de su verga de caballo. Louis curva el cuello volviendo la vista hacia Ken, que está quitándose ya las botas, después los pantalones, a continuación su camisa … la vista de la verga de caballo de su compañero, completamente empalmada, produce en el muchacho un estremecimiento. Louis sabe que tiene que volver a pasar, otra vez, por ESTO, pero confía en que esta vez no sea tan doloroso como la primera. Ken se lo ha prometido, y Louis es, con veinte años cumplidos unos pocos meses antes, todavía un poco inocente, uno que confía en la palabra de un compañero. El joven vaquero no ha tenido tiempo todavía para malearse, y ya nunca lo tendrá. Ese carácter suyo es lo que ha cautivado a Ken, hasta el punto de querer conservarlo más tiempo a su lado. Pero el momento de aniquilarlo ha llegado, por eso la cabeza de su verga de caballo está violácea. Louis siente el salivazo de Ken en el agujero todavía dilatado por su previo desvirgamiento. Ken ha escupido a pocos centímetros. Después le abre el esfínter ampliamente con los dedos, y vuelve a escupir, un gargajo verde y viscoso, que le desciende en parte por el perineo, por sus huevos. Ken posiciona la cabeza de su verga de caballo, que después empieza a empujar, palpitante. Louis cierra fuertemente los ojos, aprieta los dientes, gimiendo, pero Ken se la va introduciendo poco a poco, practicando pequeñas pausas, la penetración es ahora más soportable, y aunque siente un leve mareo, Louis confía en que esta vez no perderá el conocimiento. Tensa todos sus músculos para recibir el magnífico miembro que empala su cuerpo. Cuando Ken comienza la cabalgada, no obstante, no está tan seguro, tampoco esta vez, de que pueda soportarla con entereza. La verga que invade su cuerpo no le da ninguna tregua: la cabeza empuja contra sus vísceras, produciéndole nauseas, aunque esta vez el joven vaquero no vomita, sólo boquea como un pez extraído de su natural elemento, sacando la lengua, gimiendo, babeando. Una vez más, Ken es incansable, su energía parece inagotable. Ser follado por un hombre como este produce en la mente del muchacho sensaciones intensísimas, en las que un placer violento se mezcla con la angustia. En una ocasión, Ken le coloca una mano en la cara y se la levanta por el mentón mientras empuja: las musculosas piernas de Louis quedan suspendidas en el aire con las rodillas alzadas y los pies de puntillas sobre las piedras que cubre la manta: Louis se siente verdaderamente cabalgado por Ken y por su mente pasa un raudo recuerdo de cuando él mismo tuvo la tentación – a solas con el animal en la pradera – de cabalgar de esta manera a un pequeño potro y sólo unos escrúpulos de conciencia se lo impidieron. El joven vaquero se dice, siendo por primera vez consciente, que este hombre que lo está follando es un magnífico semental, carente de todo tipo de escrúpulos, y al procesar este pensamiento su propia verga se empalma, sus testículos se endurecen, ascendiendo en el saco escrotal. Sus gemidos comienzan a convertirse en pequeños gritos de placer, que a sus propios oídos suenan mujeriles. Louis, mientras jadea, se pasa la lengua, a veces, por los labios, procurando humedecérselos. Sus ojos oscilan en una especie de éxtasis. Nunca había sentido, nunca, nada como ESTO. Su cerebro está confuso. Su verga apunta hacia su ombligo. Siente que el semen le asciende hacia la cabeza palpitante. Cuando Louis está a punto de correrse, siente una mano de Ken acariciándole el cuello, pero poco después su piel percibe un contacto rugoso … Louis abre ampliamente los ojos. Sus pupilas, antes oscilantes, parecen concentrarse en un punto indeterminado del terreno. Su boca balbucea unas incoherencias. Después, dice:

-            Pe … pero … Ken … qué … qué es … esto …??

-            Es una cuerda … Louis.

Le dice su asesino, mientras se la aprieta … poco a poco … comprimiéndole el cuello.

-             Una cu … cu … cuerdaaaa …?!

-            Sí … muchacho … una cuerda … quiero ponerte una bonita corbata … como regalo de despedida.

-            Pe … pero … Ken … por … por queeeeeeeé?!

Louis comienza, otra vez, a orinarse. Será la última vez que lo haga.

Mientras el muchacho se mea en la manta, su asesino continúa apretando. La verga de caballo queda impregnada en parte de mierda, pero sigue avanzando y retrocediendo, con estocadas contundentes, en el cuerpo que está empalando. Louis se ha llevado una mano al cuello, sus dedos palpan la cuerda, desesperadamente, intentan introducirse por debajo, pero es demasiado tarde. Su cuerpo se sacude. El placer de su depredador se incrementa. Comienza a llenarle el cuerpo de calostro. Cuando siente la viscosidad caliente en sus vísceras, el cuerpo del joven vaquero parece pacificarse. El Chacal casi aúlla. Aprieta, no obstante, los dientes, para no hacer ruido en la noche, para no poner en alerta a otros posibles depredadores, o a otras posibles presas. Ken mira la verga de Louis, que ha terminado de mearse … que también se ha corrido. Semen viscoso le pende de la punta. Ken sonríe, sarcásticamente, mientras va, poco a poco, extrayéndole la verga de caballo, estremeciéndose con la sensación. Los brazos del joven vaquero, musculados por el ejercicio con el lazo, de la misma manera que sus piernas por persecución de terneros indómitos, penden impotentes. Su cara está completamente congestionada. La lengua le asoma, ampliamente. Ken estrecha nuevamente la cuerda, que comprime el cuello de Louis hasta un punto casi imposible. Su cuerpo está completamente acabado. Cuando la cabeza del miembro magnífico de su depredador queda apenas dentro de la amplia apertura, el muchacho ya está muerto. Ken levanta su cuerpo, alzándolo por la cuerda, como a una marioneta de carne. Le introduce de nuevo la verga de caballo por el culo. Le aporta un poco más calostro. Después, se la saca.

No es la primera vez que ha matado a un hombre mientras se lo folla, pero con este muchacho, ha sido todo … tan distinto. Ken arrastra el cuerpo de su joven compañero por el terreno pedregoso, agarrando con una mano un extremo de la cuerda con la que lo ha estrangulado. Lo conduce hacia un árbol. Pasa la cuerda por encima de una rama y comienza a levantarlo. El cuerpo del muchacho se cimbrea mientras su asesino ajusta la cuerda a la rama. Ken se lo queda mirando. La verga del joven vaquero está todavía erecta, sus huevos no han descendido. Sus ojos desprenden una mirada melancólica, pero también interrogante, perdidos en un vacío sin respuestas. Se diría que morir de esta manera lo ha sorprendido. Su lengua muerta, asomando, no puede preguntar ya nada.

Cuando amanece, Ken dispara a la cabeza del caballo de Louis y aniquila al animal. Podría haberlo atado al suyo y llevárselo con él, pero después de haber acabado con el joven vaquero, Ken considera que arrastrar consigo al animal es ante todo un estorbo. Para moverse por México, quiere estar lo más desembarazado posible. Coloca la ropa de Louis – su camisa, sus pantalones, su cinturón, sus botas (que desespuela) su sombrero – a los pies desnudos de su cuerpo colgante, y la quema con cuidado con una rama que enciende con su mechero. Cree que lo más probable es que algunas alimañas se ocupen del cadáver del muchacho, que lo despedacen y devoren antes incluso de que comience a corromperse; que apenas dejen su descarnada carcasa. Con su carne, y con la de su caballo, tendrán más que suficiente comida. Durante unos momentos, Ken se queda mirando las nalgas nacaradas del muchacho. Casi sin ser consciente, como por un impulso, Ken saca su puñal y acuchilla el culo de Louis, le mete la punta por el desgarrado agujero, estragándole aún más el esfínter, ensangrentando sus muslos. A continuación, lo castra. La boca abierta del cadáver parece esperarlo: cuando Ken procede, su lengua se muestra receptiva. La verga y los huevos del joven vaquero no son espectaculares, pero Ken piensa que entre sus labios parecen preciosas piezas. Ken suspira. Después, le dice a su presa:

-            Hasta nunca, Louis … ha sido un placer haberte conocido.

  

Ken monta en su caballo y se encamina hacia San Pablo del Monte, una pequeña ciudad de la altiplanicie meridional mexicana, bordeando la costa caribeña. Podría haberlo hecho hacia el oeste, pero Ken quiere alejarse lo máximo posible de los Estados Unidos. Además, por el oeste mexicano proliferan también tribus de apaches que no ven con buenos ojos a los intrusos, particularmente a los “rostros pálidos”: Ken es consciente de que su cuero cabelludo podría convertirse en apetecible pasto para el cortante cuchillo de alguno de esos “pieles rojas” y que su cabeza quedara calva de esa cruda manera es una perspectiva que prefiere prevenir. Por esa zona se encuentra también el territorio circundante a Boca Caliente, donde muchísima gente pagaría lo que pudiera para ver al Chacal colgado del cuello, y por supuesto Ken tampoco quiere darles esa satisfacción.

 San Pablo es una ciudad poco poblada, donde se refugian numerosos forajidos fugados de los Estados Unidos. Al contrario que en Boca Caliente, donde se comportan como bárbaros groseros, ruidosos, racistas, pendencieros, casi constantemente pasados de copas, aquí estos “gringos” rubicundos procuran mantener un “perfil bajo”, procurando no hacerse notar apenas, porque saben que hay muchos soldados mexicanos acampados en el cuartel de la pequeña ciudad, y el que alza mucho la cresta termina ante el paredón sin perder demasiado tiempo en juicios u otros procedimientos. Mientras en otras zonas de México, controladas por bandidos o insurrectos, la autoridad estatal se muestra prácticamente impotente, en poblaciones militarizadas como San Pablo del Monte, controladas por comandantes competentes, la justicia del estado mexicano es extremadamente expeditiva.

Estando tan al sur, Ken está convencido de que se encuentra, prácticamente, a salvo. No cree, en absoluto, que esté en ninguna lista de forajidos extranjeros, y además, habla español con un acento casi completamente mexicano, por lo que incluso podría cambiarse de nombre, hacerse pasar por uno de ellos, pues a pesar de sus rasgos “gringos” su apariencia es casi la de un “criollo”. Mientras deambula con su caballo por San Pablo, Ken comienza a pensar en la posibilidad de encontrar algún funcionario corruptible que le expida unos documentos falsos, con algún nombre español, por ejemplo “Pablo Fernández”. De cualquier manera, no pretende quedarse aquí mucho tiempo, porque no le gustan, para establecerse, estas ciudades pequeñas, con cuarteles en las cercanías. Considera que es mucho mejor desplazarse hacia Ciudad de México, la capital, que es prácticamente una megalópolis. Lo mejor para pasar completamente desapercibido, a pesar de ser la sede del gobierno central.

Ken viaja con mucho dinero y quiere meterlo lo antes posible en un banco, pero por supuesto no aquí, en San Pablo. Ken desciende de su caballo y entra en un pequeño hotel, coloca unos dólares sobre el mostrador de recepción del establecimiento, y el recepcionista lo registra rápidamente – sin más preguntas – con el nombre falso que este le declara: “Don Pablo Fernández.”  El recepcionista le muestra su habitación, y le dice:

-            Estoy a su disposición para cualquier cosa que necesite, señor.

-            Muchas gracias.

-            Habrá observado, señor, que en la parte baja de nuestro establecimiento tenemos una cantina. Ahí podrá beber el mejor tequila de todo México.

-            Lo haré, sin duda. Pero antes quiero darme un buen baño. Lo necesito.

El recepcionista ha olfateado el olor acre que el cuerpo de Ken desprende a través de sus ropas, y asiente con una sonrisa, diciéndole:

-            Por supuesto, señor, le calentaremos el agua enseguida.

La bañera de agua caliente es pequeña para su cuerpo, pero Ken disfruta de su baño. Las amplias plantas de sus pies desnudos sobresalen por encima de la porcelana mientras se los enjabona … Ken es meticuloso en su acicalado después de tan prolongado camino a través de áridas tierras … el contacto de su cuerpo con el agua caliente en el cuarto de baño de una habitación de hotel confortable es para Ken tan placentero … la cabeza de su verga de caballo se alza como una cúpula húmeda por encima del agua jabonosa … Ken se acaricia los cojones … que se endurecen entre sus dedos … comienza a masturbarse … suspirando … pensando en Louis … su cuerpo se estremece … su calostro se mezcla en poco tiempo con el agua enjabonada … Ken gime:

-            Mmmmmmmmmmmm.

Contempla – con cierta curiosidad – su copiosa corrida … su calostro que se concentra entre las burbujas de jabón como nata montada … toma un poco con los dedos … siente la tentación de probarlo … su propia proteína … se pone un poco en los labios … lo lame … se ruboriza cuando siente su sabor salado … un poco acre … mira precavido a la puerta de la habitación a través del vano entreabierto de la del cuarto de baño … comprueba que está cerrada con cerrojo … es la primera vez que hace esto … se pone un poco en los pezones … se los pellizca hasta que se le ponen protuberantes … se los masajea con su sustancia … se acaricia los pectorales … saca la lengua … está jadeando … comienza a correrse de nuevo … sin tocarse … silenciosamente … los dedos de sus pies se retuercen …

 

Ken desciende a la cantina con una extraña sensación en sus piernas … procura mantener su compostura … coloca sus codos en el mostrador mientras bebe unas copas de tequila … por su elevada estatura tiene que inclinarse por lo que se siente un poco incómodo … un parroquiano se le acerca sonriente convidándole a más copas … Ken le responde al principio con una especie de gruñido, pero después acepta su convite y la conversación que con él emprende … estos mexicanos son extrovertidos … el parroquiano mira a Ken como si quisiera seducirlo … no le pasan desapercibidas las miradas que el desconocido dirige a su entrepierna … el mexicano es un tipo atractivo y a Ken no le importaría conocerlo más íntimamente pero prefiere en estos momentos aparentar indiferencia al respecto … le pregunta al parroquiano cómo dirigirse hacia Ciudad de México sin correr demasiados riesgos. Este le responde:  

-            Un hombre tan alto y tan fuerte como usted no debería temer correr demasiados riesgos, señor, pues su sola presencia impone … si me permite decírselo … pero es cierto que las carreteras no son seguras, porque en estos tiempos merodean por ellas demasiados bandidos … insurrectos … por eso pienso que es mejor para usted unirse a un grupo de viajeros lo más numeroso posible … desplazarse en diligencia: conviene andar … bien armado … procúrese una, señor, que lleve, no obstante, una buena escolta … pagando un poco más, puede encontrarla, pero merece la pena … puedo ofrecerle contactos … estos tiempos están … un poco revueltos.

 

Ken asiente, taciturno. Entonces se despide del desconocido, sin prolongar más la plática, casi secamente.

Después de entregar su caballo en un establo, Ken se pone a dar un prolongado paseo por la pequeña ciudad. Sus ojos de depredador escrutan cada rincón, poniendo especial atención a todos los que le parecen estadounidenses. Se siente incómodo, pues es consciente de que su estatura, así como sus rasgos, pueden hacerlo entre ellos reconocible. Cuando alguno hace ademán de dirigirle la mirada, Ken aparta su rostro, receloso, casi huraño. “Fuck off, bastard!”. Ken quisiera hacerse invisible. Empieza a sentir una especie de sordo desasosiego, es casi como un presentimiento. Después entra en el establecimiento, donde el recepcionista lo recibe con una sonrisa, diciéndole:

-            Espero que le haya gustado nuestro tequila, señor.

-            Sí … muy bueno.

-            La cantina está abierta, señor … puede tomarse unos tragos … esta noche convida la casa.

-            Muchas gracias.

-            Pruebe también nuestros tacos de carne de ternera … están deliciosos.

-            Sí … tengo un poco de hambre.

 

Ken desciende a la cantina, porque ha comprobado que el tequila es, en efecto, excelente, y su cuerpo le pide un poco de proteína. Encuentra en ella, nuevamente, al parroquiano, que le saluda con su sonrisa obsequiosa, pero esta vez Ken le da displicentemente la espalda y se sienta solo a pequeña mesa … Después de tomarse unas cuantas copas acompañadas con un plato de tacos de carne de ternera, Ken sale de la cantina, pasando por delante del parroquiano, sin dirigirle la mirada … su descarado intento por seducirlo comienza a asquearlo: “Fucking faggot!” masculla entre dientes, casi como una advertencia, que el parroquiano percibe, manteniéndose prudentemente a distancia. Ken asciende por unas escaleras de caracol hacia el vestíbulo del establecimiento. Cuando pasa por delante del mostrador de recepción, el recepcionista le pregunta: 

-            ¿Desea que le despertemos a alguna hora en particular, señor?

-            No … dormiré hasta el mediodía.

-            Le deseo, entonces, buenas noches, señor.

-            Muchas gracias.

Cuando comienza a subir el último tramo de escaleras hacia su habitación, Ken siente que la cabeza le oscila, que las piernas no le mantienen. Está a punto de tropezar en un escalón, de caer de rodillas sobre unos peldaños, pero se sostiene, aturdido, agarrándose al pasamanos. De pronto, siente que unos brazos fuertes sujetan sus brazos. Son dos hombres, uno a cada lado. Mientras uno lo sujeta, el otro le alza el faldón de su chaqueta, le desprende el revólver, apuntándoselo al costado. Ken siente el cañón de la pistola presionando contra sus costillas. El que le apunta, le dice:

-            Has estado mirando a todos los “gringos”, cabrón. Pero no te has fijado en los mexicanos. Nosotros, en cambio, nos fijamos en todos los “gringos” que infectan San Pablo. Carmelo, sobre todo, es bastante observador.

-            Sí … enseguida nos dijo que había llegado un “señor Fernández” que platicaba español con acento “gringo” … Crees que lo platicas muy bien, cabrón, pero nunca lo platicarás como un mexicano.

 

En medio de la madrugada, una diligencia sale de San Pablo del Monte, pero no en dirección hacia Ciudad de México, sino hacia Boca Caliente. La diligencia es grande, está arrastrada por numerosos caballos, y lleva bastantes viajeros, todos ellos hombres. Parece una especie de carro funerario. Ken está sentado en su interior, todavía aturdido, acompañado de una cofradía de bandidos mexicanos armados hasta los dientes. A pesar de su aturdimiento, Ken sabe que está muerto. Su carrera criminal ha concluido. Ha sido capturado. Por los peores hijos de puta que pudieran haberlo hecho. El portaequipaje del carruaje está repleto de cajas de madera apiladas, cubiertas por una lona de cuero, como si sus ocupantes se hubieran aprovisionado para un largo viaje. No es acostumbrado en San Pablo del Monte que nadie emprenda un viaje en diligencia en lo más profundo de la noche, pero los pocos insomnes que desde sus ventanas ven partir esta extraña diligencia procuran mantenerse a resguardo. Tampoco, en la mañana, se atreverán a hacer ninguna pregunta, ni siquiera a comentarlo. Ken, aturdido pero consciente, mira al hombre que tiene en frente. Le dice, con la voz pastosa:

-            Tú eres … “Maldito”.

-            Con todo el tequila que has tomado, no te duermes, cabrón.

-            ¿Qué … me habéis puesto …?

-            Un somnífero suficiente para hacer roncar a un caballo, pero eres resistente como un roble. Te hemos dejado, sin embargo, fuera de combate, hijo de la gran puta.

 

Ken tiene un ojo casi cerrado. Un hematoma purpúreo le hincha los párpados. Tiene los brazos y las manos fuertemente atados a su espalda, así como las piernas y los pies, con sucesivas vueltas de cuerda, por lo que apenas puede moverse en su asiento. Le han colocado, por su elevada estatura, con las rodillas dobladas y los muslos desplazados hacia un lado, por lo que su postura es en extremo incómoda. Aunque lo tienen completamente rodeado, estos bandidos armados hasta los dientes conocen al hombre que han capturado, la peligrosidad de esta fiera, por lo que no quieren darle ninguna opción. Ken saca un poco la lengua y lame en sus labios su propia sangre, apreciando su sabor salado; un puñetazo le ha desviado el puente nasal, quebrándoselo en parte. Abate un poco la cabeza, pero no deja de mirar al bandido mexicano que tiene enfrente. Mauricio, llamado “Maldito”, es un hombre muy fuerte, aunque como la mayoría de los mexicanos no sea muy alto. Ken le saca unos cuantos palmos, pero ha sido Mauricio el que, en las escaleras del pequeño hotel, lo ha dejado KO. Siente también un fuerte dolor en los testículos, que parecen palpitarle por debajo de los pantalones. Alza la mirada y le dice a “Maldito”:

-            Me lleváis a Boca Caliente.

-            ¿Cómo lo adivinaste, cabronazo?

Los bandidos estallan en una carcajada. Mauricio le dice:

-            Pero el viaje es largo. No puedes estar platicando todo el tiempo.

Mauricio saca de un bolsillo de su chaleco un frasco de cloroformo. Impregna completamente un pañuelo con el líquido, se inclina hacia Ken, se lo aplica en la nariz ensangrentada. El bandido que está a su derecha le pone una mano en la cabeza y se la empuja contra el pañuelo, haciéndole aspirar el cloroformo. Ken abre mucho la boca, aspirando la sustancia que impregna la prenda, que “Maldito” casi le mete entre los dientes. El ojo abierto de Ken oscila durante un momento, después empieza a dormirse. La cabeza de Ken cae sobre el hombro del bandido que está a su izquierda, que le da unas palmaditas en la cara como si fuera un niño. Los ocupantes del carruaje vuelven a estallar en una carcajada.

Ken duerme, profundamente. Su mente se desvanece.

 

Cuando Ken despierta, necesita un buen momento para comprender dónde se encuentra. Está tendido sobre una superficie dura, seguramente de madera. Tiene todavía las manos fuertemente atadas, pero esta vez con los brazos doblados, le reposan sobre el pecho; la cuerda le muerde las muñecas. En el extremo de sus largas piernas, sucesivas vueltas de cuerda apresan también sus pies. Ken tensa los músculos del cuello e intenta incorporarse, pero su aturdimiento no se lo permite. Su cabeza golpea contra la madera de la superficie. Su ojo abierto, oscilante, intenta que su mente procese los confines del espacio en que se encuentra. Siente un estremecimiento. Es un ataúd, una caja de muerto. Su corazón comienza una cabalgada en su pecho, que hiperventila. Le asalta el pánico y propulsa la cabeza hacia arriba, golpeándose contra la tapa del ataúd. Se queda quieto un momento, después intenta mascullar una maldición, pero se da cuenta de que le han puesto una mordaza: es el mismo pañuelo impregnado de cloroformo, cuyo sabor dulzón aún puede sentir en la lengua. Ken nota un traqueteo: han colocado la caja de muerto que contiene su cuerpo sobre un carromato que se encamina hacia algún lugar. Escucha – como a distancia – las voces de sus captores intercambiando instrucciones, un poco caóticamente, hasta que la voz de “Maldito” se impone:

-            ¡Yo soy el que da las órdenes, cabrones!

Ken siente la fuerte presión de las cuerdas comprimiéndole los músculos de las piernas, casi cortándole la circulación. Se siente completamente impotente. Masculla una maldición, mordiendo la mordaza. Contra sí mismo. Cómo ha podido ser tan estúpido. Cómo ha podido pensar que estaba casi completamente seguro en San Pablo del Monte, en ese pequeño hotel. Sabe que ahora está en Boca Caliente. Sabe que está muerto. Está anocheciendo, porque su ojo abierto percibe una luz rosácea, descendiendo en el cielo, que se cuela a través de una rendija de la tapa del ataúd, penetrando en su pupila dilatada. Las horas van pasando y el carromato procede, traqueteando. Ken siente nauseas. En cierto momento, vomita. Alza la cabeza para no tragarse su propio vómito, pero en parte no puede evitarlo, impregnando la mordaza, descendiéndole por el mentón. Comprime los músculos de la mandíbula, maldiciendo, maldiciéndose. Una lágrima pugna por salir de su ojo abierto. No puede cambiar de posición. Su verga de caballo le protubera por debajo del pantalón, sus ganas de orinar son cada vez más apremiantes, hasta que Ken decide hacérselo encima. “Ya qué más da …”, casi gime su pensamiento. La orina caliente le desciende por los muslos impregnándole las piernas, apelmazándole la prenda contra la piel. Percibe, poco después, cómo el carromato se detiene, cómo comienzan a desclavar la tapa de madera del ataúd. Uno de los bandidos le dice a “Maldito”:

-            Este pedazo de mierda se está meando de miedo, Jefe.

Sus captores prorrumpen en una carcajada. Ken la percibe como una puñalada, pero cuando vacía por completo la vejiga, se siente aliviado. La verga de caballo se le va, poco a poco, aflojando. Ken suspira, se susurra unas palabras que no entiende. Su mente procura procesar estos momentos. No siente apenas el olor de su orina, porque el del vómito se superpone, pero es sobre todo tequila. Tiene, además, unos coágulos en los orificios nasales, como consecuencia de los puñetazos de “Maldito”. La sed, además, lo atormenta. A medida que el sol va descendiendo, unos escalofríos recorren su cuerpo. Cuando “Maldito” le desprende la mordaza, Ken se pasa la lengua por sus labios cuarteados, lamiendo un poco más de sangre coagulada. Está tiritando.

“¿Hemos llegado?” Ken se pregunta.

Entonces, siente cómo unos cuantos hombres levantan el ataúd destapado del carromato, transportándolo sobre sus hombros, como si el cuerpo que contiene estuviera ya muerto. El ojo abierto de Ken oscila mirando en el cielo algunas constelaciones. Su oído percibe la voz de “Maldito”, dando órdenes, pues parece evidente que es ahora el Jefe. Las manos de “Maldito” golpean a intervalos los lados de madera del ataúd, como orientando su dirección; los hombres que lo portan encaminan sus pies hacia esa parte. Escucha, entonces:

-            ¡Sancho!  ¡Sancho!  ¡Aquí lo traemos!

-            ¡Mauricio!  ¡Lo habéis cazado!  ¿Está todavía vivo!?

-            Sólo un poco atontado. Pero preparado para la fiesta.

Sancho se asoma al ataúd destapado, se queda por un momento mirando la cara amoratada de Ken, como si no terminara de creérselo; después dice, sonriendo:

-            ¡Carajo, Mauricio!  ¡Si es el Chacal, coño, lo habéis cazado!

A continuación, aúlla, como un animal excitado. Al escucharlo, la banda del Diablo Loco prorrumpe en aullidos, al unísono. Ken se estremece, como una presa que percibe que va a ser despedazada por sus depredadores. Su pecho asciende y desciende rápidamente, hiperventilando. Nunca antes, en sus treinta y cuatro años de vida, ha tenido miedo, al menos nunca lo tuvo de esta manera; si acaso, su mente se disparaba actuando por instinto de supervivencia, su adrenalina se activaba, pero nunca como pánico paralizante. Ken sabe, perfectamente, en qué manos se encuentra. Hubiera preferido mil veces ser capturado por cualquier sheriff de los Estados Unidos, para los que era el enemigo número uno, su bestia más negra, el hombre que más temían, el que más odiaban, cuya cabeza era, para ellos, la más preciada. Lo habrían matado, por supuesto, pero por lo menos, en la horca, su muerte hubiera sido rápida.

Sucesivos hombres se van asomando al ataúd, mirando por unos momentos su rostro. Ken reconoce a casi todos ellos, pues siempre ha tenido una estupenda memoria, aunque hay algunas incorporaciones; pero recuerda, por ejemplo, a Sancho, aunque la última vez que lo vio era mucho más joven, casi un adolescente, y ahora es un hombre. Sancho se le queda mirando, como fascinado, diciendo:

-            Le partiste la madre, Mauricio. Está todo ensuciado, ha vomitado, se ha meado encima.

Mauricio le desgarra la camisa a Ken, descubriéndole el torso, para que Sancho le vea los hematomas en las costillas. Le señala los puntos en los que impactaron sus puños. Le desabrocha el cinturón, le abre la bragueta. Le descubre los cojones, amoratados, tumefactos. Ken permanece como paralizado. Sancho saca, entonces, su pistola, apuntándola a la cara de Ken. Le dice:

-            Límpiate esa mierda que tienes en la cara, cabrón, con la lengua.

Ken obedece; segrega saliva, impregnando la lengua, y comienza a lamerse los labios, el mostacho, el mentón … desprendiendo de la piel, en lo posible, la sangre coagulada y el vómito verdoso. Sancho le mete la punta de la pistola por entre los labios entreabiertos, apremiándole:

-            Chúpala.

Ken alza un poco la cabeza para chupar la punta de la pistola, con la pupila desplegada en su ojo abierto. Mientras succiona el cañón, su paladar percibe su sabor metálico, mezclado con los de la sangre y el vómito. Todos los hombres de la banda del Diablo Loco lo miran, en completo silencio, como fascinados. No prorrumpen, como antes, en carcajadas. Mauricio, el llamado “Maldito”, le coloca la mano en la nuca, como sosteniéndole la cabeza, casi delicadamente, mientras Ken practica esta especie de felación a la pistola de Sancho. Se la recoloca, incluso, cuando la punta penetra entre sus papilas gustativas, cuando le presiona el paladar. Ken siente una arcada, pero esta vez sólo segrega saliva viscosa, que circunda el cañón. Sancho le dice a Su Jefe:

-            Saquémoslo de la caja, Mauricio … démosle lo que se merece.

-            Por supuesto, Sancho.

Los hombres colocan el ataúd con el cuerpo de Ken sobre el pavimento pedregoso. Mauricio lo agarra por los cabellos y lo va incorporando, sacándolo de la caja de muerto. A Ken sus largas piernas apenas le responden, paralizadas durante tanto tiempo, pero mueve un poco sus músculos, colaborando. Durante unos momentos, Mauricio lo mantiene en posición casi erecta, aunque con las rodillas un poco inclinadas. Ken siente el poder del hombre que lo ha capturado: aunque sea unos palmos más bajo, Mauricio es de una corpulencia poderosa, su cuerpo es semejante al de cualquiera de esos fortachones de feria que levantan cuatro veces su propio peso. Exhibe orgulloso, como ellos, un magnífico mostacho. Manipula el cuerpo de Ken como el de una marioneta. Mientras Mauricio lo mantiene casi erecto, con las amplias suelas de sus botas de cuero aposentadas sobre el pavimento pedregoso, su hermano Francisco, llamado “Furioso”, le recoloca a Ken los pantalones, ciñéndole el cinturón de cuero con la cartuchera, pero aprovecha antes para bajarle por detrás los calzoncillos, descubriéndole el culo. “¿Qué os parece, muchachos?” pregunta Francisco, “creo que este cabrón tiene un culo apetecible … mirad estas nalgas … tan blancas … tan peladitas … sólo con un poco de pelo en el surco … a ver esa cerecita …” Ken se estremece y su rostro se ruboriza cuando siente los dedos de Francisco posarse en su pulpa más íntima … sacude su cuerpo porque – cuando percibe el contacto – su mente rememora cuando El Diablo Loco lo estupró … Pero la presión de la poderosa mano de Mauricio en su cabeza le impide resistirse … Los hombres ríen – casi como adolescentes que estuvieran presenciando y participando de una travesura – mientras Francisco despliega en el perineo de Ken la pulpa del ano … acariciándose – en anticipación – las entrepiernas. Francisco se inclina para desprenderle las cuerdas que circundan sus corvas … pero decide dejarle puestas las que le atan los brazos. Mauricio le dice:

-            Quítaselas. 

Francisco se queda mirando – indeciso – a su hermano.

-            Si intenta usar sus brazos … se los quiebro.

Francisco, entonces, comienza a desprender las cuerdas que atan las muñecas y los brazos de Ken. Cuando concluye, los miembros, entumecidos, penden impotentes. Aunque Ken hubiera querido utilizarlos, en una pelea a puñetazos con Mauricio, hubiera quedado, de nuevo, KO.

Cuando Francisco comienza a despojarlo de las botas de cuero, Ken coopera, también en esto, un poco. Le quita primero las espuelas, pues todavía teme que Ken pueda utilizar sus piernas, propinar alguna patada. Pero Ken no da muestra de tener ninguna intención al respecto: la compresión de las cuerdas en sus corvas durante tanto tiempo ha producido en sus piernas una especie de efecto paralizante. Siente las plantas de sus pies descalzos sobre las piedras que enfría la madrugada, pero por debajo de sus rodillas su sangre parece paralizada. Mauricio le dice:

-            Vamos a celebrar una buena fiesta contigo, cabrón. Tú saldaste tu cuenta con el Diablo. Ahora nos toca a nosotros saldar nuestra cuenta contigo.

Ken podría negar la mayor, decir que no ha traicionado al Diablo, que se han equivocado de hombre, pero sabe perfectamente que no van a creerlo. Lo que hizo con el hombre que lo engendró con su esperma, al menos a grandes rasgos, lo saben todos. Sabe que todos estos hombres adoraban al Diablo, que era para ellos algo así como una especie de “dios”, que no van a perdonarle su traición. Mauricio, especialmente, era uno de sus más leales lugartenientes, el hombre que se ganó su más completa confianza. “Maldito” – como el Diablo lo bautizó socarronamente – sentía verdadera devoción por Su Jefe, hasta el punto de que llegó un momento en que casi se le olvidó que era “gringo”, pues llegó a considerarlo como un hermano, casi de sangre. Ken sabe que es muy probable que Douglas Markus le contara la verdad al sheriff Mc Quayle y que la voz se corriera hasta llegar a los hombres del Diablo. Posiblemente, Douglas lo hiciera de esta manera para ponerlos tras la pista de Ken y salvar así su propio culo, que concluido su camino, pese a todas sus precauciones, se cobró el Chacal, haciendo cascar al cazador de recompensas en su propia casa, en su propio rancho, donde pensaba recrearse en su retiro. Ahora, es el camino de Ken el que concluye, su culo el que estos hombres van a cobrarse, saldando así su última cuenta, aquí en Boca Caliente.

“Maldito” agarra con dos manos a Ken; una le coge los cabellos, la otra le comprime el cuello … le señala, a unos cuantos metros, un barracón de madera que la banda del Diablo Loco ha utilizado como una especie de cuartel general, en este extrarradio de Boca Caliente; pero pronto percibe que su presa está casi completamente aturdida, pues el ojo abierto de Ken escruta la oscuridad sin poder orientarse. Mauricio decide, entonces, dejar caer a Ken de rodillas, sobre el pavimento pedregoso, pero sigue sujetándolo por el pelo. La impronta de su mano poderosa queda marcada en el cuello de Ken, que se siente un poco mareado. Mauricio le dice a Sancho:

-            Creo que necesita un poco de agua … dame una cantimplora. 

Sancho se encamina al barracón, y vuelve al poco tiempo con una cantimplora. Se la da a Su Jefe. “Maldito” le quita el tapón y vierte un poco de agua sobre la cabeza de Ken, impregnándole el pelo, haciéndole descender el líquido por el rostro. Ken abre la boca, saca la lengua … Mauricio le retrae un poco la cabeza y le coloca la boca de la cantimplora entre los labios abiertos … le vierte poco a poco el agua, que Ken va bebiendo.

Cuando Ken consume casi por completo el agua de la cantimplora, su mente es consciente de que casi hubiera sido mejor dejarse morir de sed … pero morir de sed no es una opción para nadie … su cuerpo recupera las suficientes fuerzas para dejarse levantar de nuevo por las manos poderosas de “Maldito”, que le señala de nuevo el barracón, preguntándole:

-            ¿Crees que puedes caminar hacia esa casa … o te ayudo yo dándote patadas en el culo …?

Ken ve las luces que iluminan las ventanas del barracón, y mueve sus piernas en esa dirección. Aunque desprovistas de fuerza, sin necesidad de que Mauricio le patee el culo, sólo sujetado por su cuello y sus cabellos, las piernas de Ken se encaminan en la dirección indicada. Los hombres de la banda del Diablo Loco los siguen, en silencio. Cuando entran en el barracón, Mauricio hace que Ken se siente sobre un sillón de madera. Le dice a Sancho:

-            Átalo, por la cintura.

Sancho le pasa a Ken varias vueltas de cuerda por la cintura, manteniéndolo atado con fuerza al sillón de madera. Mauricio decide:

-            Vamos a darle un poco de comida.

Sancho le da de comer a Ken, con una cuchara de madera, una especie de papilla, como a un niño. El cautivo come con apetito. Le da, también, de beber. Ken bebe con avidez. Mientras los demás duermen, Sancho se queda sentado en una silla de madera, custodiando a Ken, que ha quedado completamente desvelado. Sancho lo mira, casi constantemente. Le dice:

-            Me llaman “Cuchillo” … ¿lo sabes?

Ken no responde. Procura apartar su mirada, pero los ojos de Sancho son penetrantes. Saca un cuchillo. Se lo muestra. Ken se estremece. Sancho le dice:

-            Cuando acabemos contigo … te cortaré la verga y los huevos.

Sancho se inclina hacia el sillón donde está sentado Ken y le coloca la punta del arma en la entrepierna. Se la pasa lentamente, perfilándosela con el filo. Presiona un poco. La prenda comienza nuevamente a impregnarse. Ken apenas se ruboriza cuando es consciente de que está orinándose de nuevo, de que la prolongada meada le desciende por debajo del pantalón, deslizándose por los pies descalzos, acumulándose en un charco por debajo del sillón. Sancho sonríe, en silencio. Después, le dice:

-            Me decepcionas, Chacal … pensaba que te ibas a mostrar más entero en este trance … Tú … al que tantos temían … Tú … que tanto has matado … pensaba que un hombre como Tú … No Temería La Muerte …

Ken reconoce, con un trémolo masculino en su voz:

-            No es la muerte lo que temo … si me la dais rápida …

Sancho le dice:

-            Temes … entonces … El Dolor …

Ken vuelve a apartar la mirada, casi asintiendo con la cabeza.

 

Cuando las últimas brasas ardientes se consumen en la amplia chimenea, la temperatura desciende bruscamente en el barracón, por lo que Ken se estremece intermitentemente en su sillón de madera. Los demás hombres de la banda del Diablo Loco duermen en literas de madera, envueltos en mantas, mientras “Cuchillo” custodia en vela a su cautivo. Sancho se envuelve en un poncho, pero no le ofrece a Ken ninguna cobertura. Le dice:

-            Veo que tienes frío … no te preocupes, pronto te vamos a poner caliente, antes de enfriarte para siempre.

 

Cuando a través de las ventanas va entrando la aurora, Sancho se frota los ojos por la prolongada velada. Los demás bandidos se van despertando. Mauricio, llamado “Maldito”, sacude su manta y va incorporando su corpachón de una de las literas de madera de la parte de abajo. Bosteza como un búfalo después de haber estado casi toda la noche roncando como un verraco. Se atusa, casi con coquetería, su magnífico mostacho. Se rasca por encima del pantalón la verga, que tiene medio empalmada. Se acerca a Ken. Le examina el rostro. Le dice:

-            Creo que no has dormido, cabrón, en toda la noche. Tienes mal aspecto.

Sancho lo corrobora:

-            No, Mauricio, no ha dormido … y además ha vuelto a mearse.

“Maldito” le mira a Ken los pantalones, haciendo una mueca de asco. Le dice:

-            Creo que es mejor que te los quite.

 

El Jefe de la banda del difunto Diablo desprende las cuerdas alrededor de la cintura de Ken. Le desabrocha el cinturón, le afloja los pantalones. Se acuclilla ante el sillón y tirando de las perneras, procurando no tocar la parte de la prenda impregnada, empieza a desprendérselos por sus largas piernas, se los saca por encima de los pies. Ken, aunque está prácticamente desprovisto ya de sus ataduras, se deja hacer, casi pasivamente. Coopera, incluso, un poco, moviendo sus muslos. En comparación con su rostro bronceado por la prolongada exposición al sol, los músculos de sus largas piernas, así como sus pies, son pálidos. Ken apenas se mueve, cuando Mauricio le desgarra el calzoncillo, su verga de caballo y sus cojones de toro permanecen impávidos, reposando entre sus muslos descubiertos. Cuando “Cuchillo” los ve, se pasa, casi inconscientemente, la lengua por los labios. Ken se mantiene prácticamente inmóvil mientras Sancho comienza a cortarle la ropa. Sabe que van a violarlo. Ken parece aceptarlo. “Maldito” lo agarra por el pelo mientras su lugarteniente le va desprendiendo la chaqueta, sus costuras cortadas por el cuchillo, a continuación el chaleco, por último la camisa … mientras Sancho lo desnuda completamente, Mauricio de vez en cuando chasquea los nudillos de uno de sus poderosos puños, como advirtiéndolo. Pero no es necesario, porque Ken no se opone. Está exhausto. Quiere que todo termine, cuanto antes. Aunque sabe perfectamente que su tortura será prolongada. Sancho le dice a Mauricio:

-            ¿No le damos, antes, su desayuno?

-            Desayunará mi verga. 

-            Entonces … tú serás el primero …

-            Por supuesto, muchacho … ¿qué esperabas?

Sancho sonríe, socarrón, mientras arroja la ropa de Ken a las brasas de la chimenea. “Maldito” coloca a Ken de pie … le apunta con un pistolón. Ken lo mira, como atontado, mientras Mauricio comienza a desabrocharse la hebilla de su cinturón - que Ken comprueba es una calavera de plata - y empieza a manipularse la entrepierna. La verga de “Maldito” es portentosa, no tan grande como la suya, pero poco tiene que envidiarle, sus cojones son copiosos y peludos, cargados de calostro. Maldito” le señala una mesa. Le dice:

-            Colócate ahí … ponte boca abajo … con el culo en pompa.

Ken entiende las instrucciones. Parece dudar por un momento, pero después se da la vuelta y camina hacia la mesa. Sancho se pasa la lengua por los labios mientras le mira el culo, escueto pero musculoso, de nalgas un poco planas, pero apetecibles. Entre ellas le corre un surco de vello sedoso, que se mezcla con el de sus testículos. Su caminar le parece elegante, camina casi como un caballero … Sancho se acaricia su verga mientras lo mira. Le pide a Mauricio, en susurros, ser el segundo. Mauricio, dándole una palmada en la cara, le dice:

-            El tercero, después de Francisco.

Sancho suspira, resignado, comprendiendo ese acto de nepotismo.

Ken ha extendido su cuerpo sobre la mesa. Está esperando.

La cabeza violácea de la verga de “Maldito” se propulsa poderosa, rompiéndole el principio del recto. Ken se contorsiona, estremeciéndose. El golpe ha sido más rápido de lo que esperaba, su cuerpo se sacude, como recorrido por calambres. Ken aprieta su mandíbula, mordiéndose la lengua, que comienza a sangrarle. Sus ojos oscilan … incluso el que tenía cerrado. Los demás hombres contemplan la escena, sin pronunciar palabra, como fascinados. La pulpa pulsante de su anillo anal se comprime como queriendo estrangular los contornos de la cabeza violácea de la verga del hombre que lo está violando; el vello sedoso que le circunda el surco comienza a impregnarse de sangre. Por unos momentos, Ken no se mueve, sólo entreabre poco a poco los labios, empieza a boquear como un pez extraído de su natural elemento. Pero cuando con un segundo empujón “Maldito” le mete la verga entera, Ken suelta un grito que ofende sus propios oídos: suena casi como el de una mujer:

-            Aaaaaaaaaaaaiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!

“Maldito” lo empitona con su amplia asta. Ken golpea su frente contra la madera de la mesa, sucesivas veces. Su consciencia oscila durante unos instantes. Su escueta cintura se alza por el coxis como levantada por la verga del hombre que lo está violando. Los cojones peludos de “Maldito” percuten contra sus nacaradas nalgas. Ken despliega su musculosa espalda extendiendo sus brazos y agarrando los extremos de la mesa de madera con sus manos. La piel de los nudillos de sus dedos parece desgarrarse. Después de unos momentos, sus manos se van desprendiendo, sus brazos se aflojan, los contornos musculosos de su espalda se van difuminando. Cuando Mauricio le llena las vísceras de calostro caliente, Ken ha perdido completamente la consciencia.

“Maldito” le va sacando, poco a poco, el pitón, manchado de sangre y de mierda.

-            ¡Carajo, Mauricio, le cascaste el culo con tu verga!

Sancho se acerca. Está impresionado. Ken el Chacal no parece menearse ni un ápice. “Maldito” se limpia la verga con un pañuelo, manchándolo completamente. El cuerpo de Ken permanece durante prolongado tiempo tumbado boca abajo sobre la mesa de madera. Los músculos de sus brazos, así como los de sus piernas, parecen impotentes.

-            Dejadlo dormir un poco. No estaba acostumbrado.

Sancho comprueba que el agujero del culo de Ken está completamente abierto, como reventado. Mientras Mauricio se sacude la verga para expulsar un poco más de calostro, Sancho se saca la suya. Le dice a Su Jefe:

-            Me gustaría metérsela cuando esté despierto. Quiero que la sienta.

-            No sé si, después de la mía, exceptuando la de mi hermano, podrá sentir ya alguna.

Un hombre, entonces, se aproxima. Les dice:

-            Denle unas cuantas bofetadas. Háganle respirar esto por la nariz. 

Mauricio sonríe, socarrón, acariciándose su magnífico miembro por debajo de su barriga peluda, rascándose los copiosos cojones. Sancho toma el frasco de cristal que el hombre ha sacado de un saco de cuero, se lo entrega a Su Jefe. Después, sacándose la prenda de un bolsillo de su chaleco, el hombre les dice:

-            Por favor, utilicen mi pañuelo.

-            Gracias, Licenciado Hidalgo.

 

El hombre de esta manera nombrado se mantiene a un costado mientras Mauricio – después de darle unas cuantas bofetadas a Ken para espabilarlo un poco previamente – le aplica en la quebrada nariz el amoniaco que impregna casi por completo el pañuelo que este le ha entregado … este procedimiento va devolviendo a Ken su completa consciencia … Francisco, Sancho, Ignacio, Manuel, Enrique, Rafael, Roberto, Leonardo, Emiliano … se van desprendiendo de sus cinturones, de sus cartucheras, a continuación de sus pantalones, pero mantienen sus vergas erectas dentro de sus calzoncillos mientras esperan las indicaciones de Mauricio para proceder en consecuencia … “Maldito” presiona el pañuelo impregnado de amoniaco contra la nariz quebrada de Ken manteniéndole el mentón en alto con su otra mano … la sustancia es suficiente para devolverle la lucidez … los ojos abiertos de Ken se encuentran – entonces – con los del parroquiano … su memoria visual siempre fue excelente … el parroquiano es un hombre vestido elegantemente, su atuendo es prácticamente impecable, tan impropio de este entorno, su apariencia casi aristocrática … su sonrisa es seductora … no hay en su rostro ningún asomo de sarcasmo ni de socarronería … con esa sonrisa se diría que desease ganarse su corazón … es el hombre que le convidó a unas copas en la cantina del pequeño hotel de San Pablo del Monte … con el que cruzó un poco de conversación que pensaba interesante para sus propósitos pero al que posteriormente renunció a conocer más íntimamente … a Ken le sigue pareciendo que es un tipo muy guapo pero su sonrisa seductora es ahora tan inquietante que su cuerpo se estremece … el contacto visual entre ellos se prolonga durante un tiempo que a Ken le parece casi insoportable … Ken parece querer decirle algo pero sólo es capaz de mover un poco los labios … de sacar un poco la lengua … el parroquiano sabe que es una súplica:

-            “Please … please … get me out of here … save me … please …”

Aaaaaaaaaaiiiiiiiiiiiieeeeeee!!!

La pulpa de su lengua palpita mientras expele este segundo lamento … no es tan prolongado como el primero pero el impacto de la cabeza violácea de la verga de Francisco – llamado “Furioso” – en su esfínter estragado no es – en absoluto – en vano … Francisco es un hombre casi tan corpulento como su hermano y su dotación genital prácticamente similar … el rostro del parroquiano se difumina en la mente de Ken mientras “Furioso” lo enverga: reaparece a intervalos su sonrisa seductora para volver a difuminarse … Ken se pregunta – durante alguno de sus intervalos lúcidos – si el parroquiano participará en algún momento de su estupro … sucesivas aplicaciones de amoniaco devuelven a Ken su completa consciencia … Sancho, Ignacio, Manuel, Enrique, Rafael, Mauricio, Roberto, Leonardo, Emiliano … se van sucediendo … el parroquiano no se incorpora … pero presencia … Ken babea con la boca abierta, vomita varias veces, pero no vuelve a gritar, ni a desmayarse. Sus vísceras absorben, palpitantes, el calostro caliente, que le borbotea por la boca del culo cascado. Sin que él sea completamente consciente, particularmente al sentir la sonrisa seductora del parroquiano, su verga de caballo presiona un poco, medio empalmada, los músculos de su vientre, segregando un poco de semen. Sucesivamente, los hombres que lo van envergando se van limpiando, cuando terminan, su mierda. Ken se mantiene consciente, aunque poco a poco va perdiendo la cuenta de cuántos hombres lo van envergando … su cabeza pende, en cierto momento, los músculos de su cuello entumecidos, de un extremo de la mesa de madera, por donde desciende su vómito viscoso … Sancho, llamado “Cuchillo”, en ese momento, se le acerca. Le dice:

-             Vamos a encerrarte ahora en una celda ... vamos … vamos … levanta … levanta …

Sancho le coloca a Ken la punta de su pistola en la sien.

Cuando el círculo metálico de la punta de la pistola presiona contra su sien palpitante, Ken comienza a incorporarse. Agarra con sus manos los extremos de la mesa de madera tensionando los músculos de los hombros para empezar a alzar el torso. Cuando ven cómo lo hace, la mayoría de los hombres que lo han estuprado retroceden un poco, como por instinto … incluso en su desnuda debilidad, el cuerpo de su presa es para ellos impresionante: cuando se levanta sobre sus piernas Ken les parece un auténtico coloso … algunos lo recuerdan – no obstante – más musculoso: es evidente que el Chacal ha adelgazado en estos últimos tiempos, que su cuerpo ha pagado un poco de tributo a su travesía del desierto con escaso alimento y que hubiera necesitado más tiempo en San Pablo del Monte para reponer energías … sus costillas parecen casi transparentes a través de la pálida piel que las cubre y sus caderas parecen ahora más escuetas … es como si su musculatura hubiera absorbido parte importante de la grasa que antes la antes la guarecía pero – precisamente por ello – sus músculos se marcan como potencialmente amenazantes … el parroquiano recorre su cuerpo pensando en las partes en que anticipa su esqueleto y su polla se le empalma pensando en cómo, en San Pablo del Monte, mientras permanecía inconsciente por la aplicación del cloroformo, le tomó las medidas para que un carpintero le hiciera la caja de muerto con que lo trasladaron hasta el barracón de los bandidos en Boca Caliente … Ken permanece durante un tiempo en pie y al parroquiano le parece un modelo desnudo que posase para una estatua de un dios … o de un héroe … su verga de caballo y sus cojones de coloso – no obstante – desentonan incluso en un hombre tan alto … incluso en flacidez … es evidente que esos apéndices son excesivos … el parroquiano piensa en todos los hombres que los padecieron … su polla palpita … Ken parece buscar con sus ojos oscilantes la mirada del parroquiano cuando Sancho – presionando la punta de la pistola por debajo de su occipital – le dice:

-            Camina hacia donde Mauricio te indica …

“Maldito” – sonriente, casi invitante – le hace a Ken un gesto con la mano para que avance en su dirección. Ken obedece … camina como hipnotizado con sus ojos clavados en los nudillos del puño poderoso de Su Captor … el parroquiano percibe que sus piernas se mueven un poco como las de un autómata … contempla cómo los músculos de sus nacaradas nalgas se comprimen mientras su escueta cintura oscila levemente … los ojos del parroquiano se concentran en el cuenco de su coxis sudoroso … estudia su esqueleto como un anatomista … el sometimiento de Ken a Su Captor impresiona al parroquiano … percibe que es más La Mano de “Maldito” la que hace avanzar a Ken que la pistola que presiona su nuca … todos los demás bandidos se quedan mirando mientras Mauricio, Francisco y Sancho escoltan a Ken a través de la cocina y le hacen descender por una escalera de piedra hacia un sótano … el parroquiano desciende el último … lo conducen a través de un oscuro corredor hacia un extremo, donde se encuentra una celda, acondicionada aprovechando las paredes de piedra de una antigua cueva … como Ken es tan alto, “Maldito” le hace inclinar la cabeza para entrar en el confinado espacio, donde van entrando de uno en uno … cuando entra el parroquiano, “Maldito” se lo queda mirando. Le dice:

-            Puede participar … Licenciado.

El parroquiano responde, con su seductora sonrisa:

-            No, Mauricio … prefiero ver cómo lo hacen ustedes.

Mauricio, entonces, le dice a Sancho:

-            Puedes marcharte.

Sancho resopla un poco, como frustrado. Por supuesto, obedece a Su Jefe.

El parroquiano contempla la escena mientras Mauricio y su hermano Francisco estupran a Ken. Son dos hombres extremadamente corpulentos, de una musculatura maciza y cobriza, propia de dos magníficos mestizos. Ken, pese a sacarles varios palmos, parece completamente impotente entre ellos: sus pálidos músculos se contorsionan entre las impactantes embestidas de estos hermanos mexicanos. A oídos del parroquiano los gemidos intermitentes de Ken se asemejan a balidos:

-            Beeeehhhh … beeeeiiiihhhh … beeeeeiiiiihhhhh …

Mientras Francisco lo encula como a un perro, Mauricio le pone una mano en el mentón, haciendo que Ken lo mire. Le dice:

-            Abre la boca.

Ken obedece, pero la apertura no le parece a Mauricio suficiente. Se la va abriendo ampliamente con la cabeza violácea de su verga. Los ojos de Ken oscilan, procurando encontrar un punto de apoyo en la oscuridad parcial de la celda, pero no lo encuentran. Sus labios se distienden hasta un extremo que parece imposible mientras “Maldito” lo empala bucalmente, comenzando a empujar con sus copiosas caderas. El parroquiano presencia cómo la saliva viscosa de Ken le circunda la carne maciza que está tragando mientras moco verdoso le asoma por los orificios de la nariz quebrada. De manera simultánea “Furioso” lo continúa enculando profundizando en el recto estragado. Ken se lamenta:

-            Beeeehhhh …. beeeeiiiihhhh … beeeeiiiihhhh … 

Cada cierto tiempo – como si le molestaran esa especie de balidos – “Maldito” le abofetea la cara y Ken se queda callado … el parroquiano comprueba cómo la cara de Ken se va en parte deformando: su mandíbula desencajada por la carne maciza que su boca traga confiere a su rostro un aspecto extraño … el moco que le asoma por los orificios de la nariz quebrada se va amontonando – verde y viscoso – cubriéndole el mostacho y la pulpa desgarrada de su labio superior. Cuando Mauricio comienza a correrse, el parroquiano lo nota por su gruñido y el estremecerse de sus copiosas caderas, de su amplia espalda … Se queda quieto un momento, como si quisiera darle tiempo a Ken para que su boca absorba el calostro caliente. Ken parece succionarlo … sus manos curtidas se apoyan en la cintura copiosa de Su Captor mientras lo hace … parecen acariciarlas … como si quisiera apaciguarlo. Cuando “Maldito” le va extrayendo la verga de la boca de Ken cae el calostro que su garganta no puede ingerir. El parroquiano se acaricia la polla empalmada por encima del terciopelo negro de su pantalón. “Furioso” – mientras tanto – va llenando también el culo de Ken de su sustancia.

Esa noche, el sueño de Ken es inquieto, intercalado de pesadillas.

En la amanecida de la mañana siguiente, el parroquiano entra en la celda con un candil. El cuerpo de Ken ha adoptado una extraña postura, con las piernas como descompuestas, con sus pies desnudos apoyados en la pared de piedra … el parroquiano lo examina durante unos momentos, aplicando la luz del candil a su pálida piel: sus poros están abiertos y su vello está erizado … Sus ojos abiertos miran como sin comprender … el parroquiano le sonríe, y le dice:

-            Has encontrado, Chacal, a dos auténticos hipopótamos … Mauricio – sobre todo – es impresionante, aunque Francisco no lo desmerece … al parecer … has vuelto a descomponerte … estás cubierto por tus propios excrementos … haces que tu celda apeste … todo esto parece – en Ti – decepcionante …

Ken mira – como emocionalmente ausente – al parroquiano … que extrae un pañuelo impoluto de un bolsillo de su chaleco de terciopelo negro y comienza a impregnarlo con su moco … Ken permanece con la boca abierta mientras el parroquiano le va pasando la prenda por la cara … por el cuello … impregnándola con su sudor frío … con su sangre. El parroquiano le reposiciona las piernas para limpiárselas. No le toca, en cambio, el culo. El parroquiano parece un caballero muy pulcro. Le hace a Ken una pregunta:

-            ¿Puedes escucharme?

Ken mira al parroquiano como si no comprendiera. Este le dice:

-            He comprado tu cuerpo.

Ken no parece reaccionar. El parroquiano le coloca una mano en unas costillas. Le dice:

-            I have bought your corpse. You know you are a dead man.

Cuando el parroquiano le pone la mano en la verga de caballo y después la hace descender hacia sus cojones de coloso, Ken parece comprender. Comienza entonces, silenciosamente, a llorar. En cualquier caso, aunque lo hubiera querido, hubiera podido apenas emitir ya ningún sonido comprensible. Sus cuerdas vocales están desgarradas. La cabeza violácea y el asta amplia de la verga de “Maldito” se las ha descompuesto, para siempre. El parroquiano desliza la pulpa de un índice por un pómulo de la cara de Ken y hace acopio de algunas de sus lágrimas. Se las lleva a sus labios, probándolas con su lengua. Le dice:

-            They´re salty … with a tinge of bitterness …

El parroquiano le habla a Ken en inglés porque ha percibido que – como efecto de una especie de choque postraumático – Ken ha dejado de entender español. Los sonidos de su lengua materna – en cambio - producen en su cerebro el efecto de la comprensión. Sus órganos de fonación – no obstante – no volverán a pronunciar ninguna palabra. El parroquiano le posa dos dedos en su barbilla para abrirle un poco más la boca. Ken babea. El parroquiano le dice:

-            You didn´t let me to know you more … intimately … there at the canteen … you didn´t even give me time  to introduce myself … my name is Carlos Hidalgo … and I know you are … Ken the Jackal … you wanted information … you pretended to be a Mexican … so fool of you … with your looks … with your accent … by the way … you were a little bit rude to me the second time I saw you … you turned your back on me …

El parroquiano comprueba que la lengua de Ken está impregnada de calostro … las comisuras de sus labios están cuarteadas y un poco de sangre todavía le desciende por una mejilla … el parroquiano le aplica con cuidado la punta de su pañuelo … Ken aprieta los párpados porque la prenda presiona algún pequeño nervio al descubierto. Le dice:

-            You were such a hard man … you´ve broken so many men … but you … you looked practically impossible to break … The Most Wanted Man In The West … These Mexicans have broken you … And now they´re going to hang you … by the neck …

El parroquiano pasa la pulpa de sus dedos por el cuello de Ken … que parece ahora más escueto … su nuez de Adán particularmente protuberante … también en esta parte de su cuerpo la musculatura se le ha comprimido marcándosele especialmente los tendones … sus esternocleidomastoideos están cubiertos de unos principios de barba punzante … sus trapecios parecen cuerdas de carne … el parroquiano piensa que a Ken se le ha puesto cara de mendigo … por los carteles colocados en casi todas partes del Oeste era evidente que Ken era un tipo bastante atractivo …

-            You were a ruggedly handsome man … there at the canteen … but you looked a little bit … too much tired … those tea bags in your eyes … even before He pumped them up to pulp … but … you still look … ruggedly handsome to me … your skin so taut … showing your skull …

 

Cuando Mauricio, llamado “Maldito”, y su hermano Francisco, llamado “Furioso”, lo sacan de su celda, muchos podrían pensar que Ken el Chacal parece una sombra del hombre que fue, pero el parroquiano – contemplándolo desde detrás – todavía piensa que su estatura le confiere un aspecto imponente … incluso que en su postura erguida procura mostrar a Sus Captores unas últimas trazas de dignidad … que las manchas de mierda que marcan sus muslos desmienten … el cuello de Ken es largo y el parroquiano percibe cómo sus vértebras cervicales parecen transparentes por debajo de su piel … a veces a lo largo del corredor – como si les costara mantener erguida la cabeza de Ken – se inclinan un poco … Sus Captores lo escoltan cogiéndolo cada uno de un brazo … Ken parece asumir Su Muerte … camina hacia Ella como un caballero elegante … despojado completamente de Su Armadura … cuando Sancho, llamado “Cuchillo”, en cierto momento del recorrido se incorpora, el parroquiano comprueba que no aparta la mirada de los cojones de toro que a Ken le oscilan entre las piernas … de su verga de caballo que parece un péndulo entre sus muslos impotentes … Sancho era apenas un muchacho cuando vio por última vez a Ken y es ahora el más experto emasculador de la banda del Difunto Diablo … el parroquiano percibe cómo Sancho acaricia – en una funda de cuero de su cinturón – su cuchillo … sabe que estos hombres no le van a entregar el cuerpo de Ken … entero … que tendrá que negociar por estas particulares piezas … Sancho que Sancho las quiere para él … ahora tendrá que ofrecerle más plata para obtenerlas … entonces su polla palpita en sus impolutos calzoncillos – el parroquiano siempre lleva unas mudas de lino – presionando contra el terciopelo negro de su pantalón … el parroquiano percibe que – como telepáticamente – a Ken la polla también se le empalma … un poco … su copiosa cabeza apunta vacilante hacia adelante … sus cojones de toro parecen ahora más consistentes … en cierto momento Mauricio lo agarra por la nuca y lo hace detenerse … Francisco le limpia un poco el culo con su propio pañuelo … Ken se queda quieto … posa sus pies desnudos sobre el pavimento pedregoso mientras mira hacia delante con una expresión ausente … cuando Francisco termina le da una palmada en una nalga como indicándole que continúe … contemplando las nacaradas nalgas de Ken caminando el parroquiano piensa en esos músculos moviéndose mientras sodomizaba a otros hombres … en su verga de caballo que ahora le pende medio empalmada mientras Sus Captores lo conducen a Su Muerte … en sus cojones de toro que ahora le oscilan entre los muslos impotentes … cuando llegan a la escalera de piedra Ken posa sus pies desnudos en los primeros peldaños pero Mauricio tiene que darle otra cachetada en el culo para que proceda … en ese momento el parroquiano escucha cómo las desgarradas cuerdas vocales de Ken sueltan una especie de gruñido … sus ojos perciben cómo todos sus músculos se tensan como si quisieran ofrecer resistencia: cómo su alma de hombre – que hasta ahora parecía indomable – parece revolverse contra tanta humillación … pero es sólo un instante … sus pies desnudos van ascendiendo por los peldaños de piedra … el parroquiano contempla – mientras ascienden – las plantas de los pies de este capturado depredador: son amplias y sus dedos son largos, aunque sus uñas parecen – curiosamente – cuidadas, como si este hombre hubiera encontrado tiempo para recortárselas en momentos relajados de su aventurera existencia … la curva de su empeine es elegante y salvo un poco de polvo que le cubre la pulpa sus pies están limpios … cuando ascienden hacia la superficie todos los demás componentes de la banda de “Maldito” los están ya esperando con todo preparado … Ignacio, Manuel, Enrique, Rafael, Roberto, Leonardo, Emiliano … se asombran una vez más – pese a su actual estado de impotencia entre los brazos poderosos de “Maldito” y “Furioso” – de la elevada estatura de Ken y recuerdan que su padre era el Diablo Loco … que era un auténtico coloso … algunos lamentan que padre e hijo no se hubieran entendido porque, en concordancia, hubieran compuesto un dúo formidable … apenas recuerdan – en cualquier caso – qué clase de rencor hizo que el Chacal acabara con la vida del hombre que lo engendró, pero eso ya no les importa: lo que tienen claro es que Ken va a pagar su última cuenta … puede que vaya a reunirse – quién sabe – con su progenitor en el Infierno.

NO, no saben que, cuando Mauricio lo envergó por primera vez, Ken no era virgen analmente. Tan sólo en su mente, que quiso matar para siempre … aquel estupro incestuoso. Todo lo que vino después, en cierto modo, le dolió menos. Ken no ha conocido, no obstante, hasta este momento, hasta dónde puede llegar El Dolor. Necesitará el cuchillo de Sancho para conocerlo.

Puesto en anticipada perspectiva, tampoco le duele tanto, en todo caso, beberse la orina de estos hombres … Ken está sentado sobre sus ancas, pero no precisa que Mauricio lo abofetee para abrir bien la boca: su garganta gorgotea – casi cantarinamente – mientras ingiere la continua corriente … como su mandíbula está desencajada parte del líquido le desciende por una mejilla y por el cuello … parece como paralizado cerebralmente … como si su mente estuviera en otro sitio: Sus Captores hacen comentarios mientras van orinando sucesivamente en su boca:

-            Parece que le gusta … la traga como si fuera cerveza …

-            Sí … mirad esa cara … parece contento …

-            No … es que está … como atontado …

-            Sí … probar tanta verga lo ha dejado tonto … 

 

El parroquiano contempla – entonces – cómo Mauricio se acuclilla a su espalda … le separa un poco las nalgas … le inspecciona por momento el orificio … aprieta un poderoso puño … chasquea un poco los nudillos … apunta hacia delante el del dedo índice … le propina un tremendo golpe … Ken retuerce su cuerpo … sus ojos oscilan … el puño de Mauricio penetra en sus vísceras … Ken contorsiona su cuerpo como queriendo escapar del dolor tremendo … el antebrazo de Mauricio se abre paso en su recto … ha sido todo tan rápido … tan de repente … tan inesperado … que su mente no ha tenido tiempo para procesarlo … Ken sacude sus caderas como queriendo expulsarlo … pero no puede … “Maldito” lo va levantando empalado en su brazo … sus piernas desnudas ascienden comprimiendo sus músculos … sus pies se levantan del pavimento pedregoso … por un momento parece que pugnan por permanecer en tierra … pero no pueden … permanece un instante de puntillas … al parroquiano en ese instante las piernas de Ken le parecen las de un bailarín … hay algo grácil en ellas … sus nalgas se comprimen en torno al antebrazo del hombre que lo sostiene con una especie de aquiescencia … todos contemplan esta escena … casi no pueden creerlo … Mauricio conduce a Ken hacia Su Muerte con una mano comprimiendo su cuello y la otra introducida en sus vísceras … casi hasta el codo … Ken patea un poco pero poco después sus piernas quedan paralizadas … Mauricio le susurra al oído:

-            Ya queda menos … cabrón … para que pagues completamente tu cuenta.

Ken quisiera aullar … pero no puede … segrega saliva viscosa que le pende de la barbilla descolocada … no vomita porque no le queda nada en sus tripas … el puño de “Maldito” presiona protuberando un poco por encima de su ombligo comprimido … sus pectorales no hiperventilan porque su respiración está prácticamente paralizada … cuando la aurora acaricia su nacarada carne … Ken parece ya muerto … mientras Mauricio lo posiciona Francisco echa la cuerda por encima de una rama de un roble robusto … le pasa el lazo por el pelo erizado … le circunda el cuello con la cuerda … se lo comprime … Ken saca un poco más la lengua … Francisco mira a su hermano como diciéndole que puede sacarle ya el antebrazo del culo … Mauricio se lo va sacando poco a poco … experimentando en su piel la sensación … prolongándola … la boca de Ken, entonces, suelta un extraño sonido, como una especie de croar … después su cuerpo cae … oscilando sólo un poco … como si el rigor mortuorio se hubiera anticipado en su carne … pero en poco tiempo su cuerpo comienza a estremecerse como en calambres … la cuerda comprime su cuello como si casi quisiera decapitarlo: se lo estrecha hasta unos extremos que casi parecen imposibles … su nuez de Adán sobresale por encima del lazo como un corazón palpitante … su lengua se retuerce asomando ampliamente … el parroquiano contempla cómo el cuerpo del ahorcado parece ofrecerles una especie de danza del vientre … Ken mueve durante unos momentos sus caderas de una manera casi insinuante … su verga de caballo va llenándose de sangre y sus copiosos cojones ascienden recuperando completamente su consistencia … el parroquiano contempla incluso cómo se conforma esa curvatura que le da en parte esa apariencia de gancho … imagina esa verga acoplándose en los rectos de los hombres que estupró … descolocándoles las vísceras … desgarrando sus más íntimos tejidos … mientras la cuerda lo ahorca la verga y los cojones de este hombre alcanzan Su Culmen … sus músculos cervicales parecen presentar su máxima resistencia en estos momentos ... sus esternocleidomastoideos están tan hinchados que parecen querer romper la cuerda que los comprime … entonces sus pectorales ascienden y sus pezones se le ponen protuberantes … al parroquiano esta resistencia le parece épica … percibe que estos hombres no se la esperaban … el cuello de Ken parece actuar como por propio impulso … Sus Captores lo contemplan sorprendidos … el parroquiano se aproxima al árbol y lo circunda … por unos momentos contempla cómo Ken mueve el culo … sus nacaradas nalgas ascienden y descienden … puede ver todavía la impresión rosácea de la mano de Mauricio en su pálida piel … después se quedan quietas … desprenden un poco más de excremento … el parroquiano comprueba que a Ken le ha aparecido una especie de rabo … es un prolapso rectal producto de su empalamiento por el puño y el antebrazo de Mauricio … le pende como pellejo … el excremento desciende mezclado con sangre … contempla entonces cómo Sancho, llamado “Cuchillo”, se coloca delante del cuerpo colgado de Ken … ha ascendido por las raíces del roble robusto y se ha quedado mirándolo … los músculos cervicales de Ken todavía resisten la compresión de la cuerda … sus ojos oscilantes se van concentrando en los ojos de Sancho … en su cuchillo … Ken comprende … Sancho lo acuchilla por el culo … desde delante … aprovechando una casi imperceptible separación de sus piernas … el parroquiano contempla desde detrás cómo la hoja afilada penetra … ha sido un golpe preciso: las nalgas nacaradas de Ken reciben el impacto comprimiéndose … estremeciéndose … la sangre desciende por sus muslos impotentes … el experto emasculador – entonces – comienza a cortar … poco a poco … desplaza la hoja circundando completamente el conjunto escrotal … se la pasa por la pelvis … por el pubis … ni siquiera necesita tocarle las pelotas … la polla empalmada … procede con una pericia que impresiona … perimetra casi perfectamente el paquete … su puño presiona la empuñadura … la hoja penetra profunda … los ojos de Ken oscilan … pero no protesta … Su Dolor es mudo … mientras Su Emasculador hace asomar sus cuerdas espermáticas Ken mira hacia el cielo … por donde asciende la aurora … en el orificio de la cabeza violácea de su verga de caballo aparece – entonces – una especie de perla … Ken comprime su mandíbula … sus dientes castañetean … como si tuviera mucho frío … la perla desciende convertida en estalactita viscosa … el cuchillo va cortando sus cuerdas espermáticas … el parroquiano comprueba que a Ken el pelo púbico se le ha puesto de punta … la hoja va cortando los músculos pélvicos … Ken – a veces – alza las rodillas y despliega un poco las piernas como si quisiera facilitar el proceso … sus cojones palpitan como corazones mientras el cuchillo corta … la curvatura del asta apunta la cabeza hacia el ombligo casi posándose en el comprimido orificio … el orgasmo de este hombre – que pasará a la historia de los forajidos de leyenda del Oeste – en el momento de Su Muerte fascina al parroquiano mientras Sancho, llamado “Cuchillo”, procede … cumpliendo lo que le había prometido: pellizcándole el pellejo escrotal … manipulando su masculinidad con experimentada pericia … haciendo asomar sus huevos con todo su aparato espermático mientras despliega la peluda piel del escroto … todos los demás se quedan mirando – como fascinados – mientras Sancho, llamado “Cuchillo”, emascula ampliamente el cadáver del Chacal … los músculos cervicales de Ken han cedido … la cuerda comprime su cuello hasta un extremo irreversible mientras su lengua asoma en asfixia … su corazón se ha paralizado en su pecho … una pátina pálida comienza a cubrir sus pupilas posadas en ninguna parte … todo su rostro tiene un tinte cianótico … todos los demás contemplan – con admiración – lo que “Cuchillo” está haciendo … el amplio hueco sangriento que aparece entre las piernas desplomadas del muerto … cuando “Cuchillo” castra … no es sólo “una castración” … es un espectáculo … es casi una evisceración … los cuerpos de los hombres que emascula quedan como los de una mujer en plena menstruación … como los de una parturienta a la que se le ha tenido que practicar una cesárea … Ken, llamado “El Chacal”, no ha sido una excepción … agarrándolo por la amplia pelambrera del pubis desprendido “Cuchillo” sostiene con su mano derecha su portentoso despojo … se queda mirando a “Maldito” … Le dice:

-            Esto me pertenece.

-            Pero Sancho … El Licenciado quiere su cuerpo completo.

-            Tendrá que pagarme mucho.

El parroquiano contempla el estado de excitación en que está Sancho … su pecho de cobre impoluto asciende y desciende cubierto por una capa de sudor que sudor que lo hace parecer de porcelana … sus pequeños pezones prietos están erectos … su polla presiona palpitando en su pantalón … Sancho mira La Pieza que tiene en su mano y sonríe sarcástico mostrando sus perfectos dientes blancos:

-            Se Corrió … Ja-Ja-Ja-Ja … Se Corrió … El Cabrón … Ja-Ja-Ja-Ja …

 

 

Ciudad de México, 1.886

 

Aplico la pluma al papel desde esta metrópolis que Ken el Chacal quiso alcanzar para disfrutar del producto de sus fechorías como “Don Pablo Fernández” … después de comprarles su cuerpo en Boca Caliente tengo que reconocer que tuve que regatear bastante para que Sancho, llamado “Cuchillo”, Me vendiera Sus Partes Más Importantes … preservarlas en clima tan cálido fue verdaderamente – para Mí – un auténtico reto … la aplicación de capas de sal fue solución provisional pero apenas alcanzada la capital sometí Sus Despojos a un tratamiento más meticuloso: con un escalpelo desprendí la piel de Su Verga y descubrí sus particulares entrañas: sus cuerpos cavernosos y el esponjoso … la uretra que conservaba todavía depósitos de orina y calostro … Su Corona … con el orificio aún perlado de parte de la sustancia que escupió … Su Güevada – si Me permiten la utilización de esta expresión tan mexicana – Sancho, llamado “Cuchillo”, la había dejado completamente descubierta y allí mismo en Boca Caliente tuve que reintroducirla con premura con todas sus entrañas espermáticas en Su Saco Escrotal para evitar irreparables pérdidas … Quería Conservarlo Todo … en estos momentos en que estoy escribiendo Mis pupilas vuelven a posarse en La Cámara De Cristal … Sí … Está Todo … Su Saco está convenientemente cosido … Su Asta preserva esa curvatura cerca de Su Corona … como si estuviera todavía empalmada … evidentemente está muerta … pero produce esa impresión … como pequeñas virutas viscosas sus espermatozoides muertos parecen nadar como espectros de renacuajos en el formaldehído … a veces agito un poco La Cámara para producir un efecto parecido al de una de esas Bolas de Nieve con miniaturas de catedrales dentro …. Me produce un poco de hilaridad … no puedo evitarlo … Compré Su Cuerpo … apenas un poco antes de que los federales mexicanos atacaran Boca Caliente … Castañeda y Contreras Me permitieron platicar con Sus Captores … esperaron pacientes a que Yo concluyera con lo que comencé … concluida Su Conquista contemplaron curiosos la Mía … cuando cerramos la tapa – después de que el fotógrafo del ejército tomara instantáneas de su cara y de su cuerpo muertos – una mosca verde se posaba golosa en una de sus pupilas escarchadas … quedó atrapada en el féretro: cuando lo destapamos en Ciudad de México comprobamos que había perecido dentro … en cuanto a Él … podía contemplar – a través de su piel – cada hueso de su esqueleto … adopté – por supuesto – medidas profilácticas: igual que hice con el cuerpo de Henry Mc Carthy* … conocido también como William H. Bonney* … como hice asimismo con el cuerpo de Jesse Woodson James* … como haré cuando dentro de unos años vaya a Bolivia para cobrarme los cuerpos de Robert Leroy Parker* … el de su compinche Harry Alonzo Longbaugh* … de Ken desconocía su apellido … contactos míos en el gobierno mexicano me informaron que El Diablo Loco se llamaba Herman Hawke … por eso en su caja de muerto de zinc recubierta de roble que contiene su esqueleto así como en La Cámara de Cristal que contiene su verga de caballo con sus cojones colosales coloqué una inscripción en plata que dice Ken Hawke – a.k.a. The Jackal … debo decir que estoy orgulloso de Mi trabajo de preservación de las vergas y los cojones de estos muertos … la inoculación de etanol para deshidratar los tejidos combinado con ácido acético para evitar su contracción … la inmersión en formaldehído … recuerdo aún cuando – delante su asesino el traidor Robert Ford* – yo mismo castré el cadáver caliente de Jesse James … cuando hice lo propio con el de Billy “El Niño” un año antes delante de su némesis el sheriff Patrick Garrett* … Jesse – por cierto – tenía treinta y cuatro años – la misma edad de Ken Hawke – cuando una Parca violenta tomó posesión de sus cuerpos … Billy … sólo veintiuno … pero en comparación con los suyos los atributos de Jesse son más modestos … “El Cabrito”* tenía verdaderamente la verga y los cojones de un cabronazo … “What are you going to do with his cock and balls?” Me preguntaron – curiosamente – tanto Ford como Garrett … “I am going to preserve them … as delicatesen” … les comuniqué a ambos … Me miraron con sonrisas sarcásticas … Sancho, llamado “Cuchillo”, en cambio, no me preguntó nada … miró taciturno Las Piezas Que Me entregaba a cambio de un importante puñado de dólares … Sentí que se despedía de Ellas – pese a tanta plata – con esa taciturna tristeza … Los dos practicamos – cada uno en su momento – unas emasculaciones impecables … también Sé Yo cómo hay que castrar completamente a un hombre: el formaldehído apenas ha alterado el color del pelo púbico de Jesse … lo tenía entrecano pues era un hombre ya maduro – como Ken Hawke – en el momento de su muerte … Billy – en cambio – lo tenía claramente castaño … el de Ken … es parcialmente pelirrojo … con algunas vetas grisáceas … los tres conservan pelo en los cojones … el de Billy es el más suave … pero en tamaño … las vergas y los huevos de Billy y de Jesse palidecen ante la cercana presencia de Las Piezas de Ken Hawke … como “gringos” presbiterianos los tres estaban circuncidados: No tuve que practicarles ningún descaperuzamiento a ese efecto … la cereza de Jesse parece apenas un fruto incipiente … Billy tenía un melocotón prominente … La Ciruela de Ken es … Colosal … podría haber preservado también Sus cabezas u otras partes de sus cuerpos … pero prefiero Sus descarnados cráneos … en el de Ken es apreciable aún el desencajamiento de la mandíbula … el retorcimiento de la tráquea …  los de Billy y Jesse no presentan fracturas aparentes … como es sabido murieron porque sus cuerpos recibieron unas buenas dosis de plomo … La Muerte de Ken fue mucho más traumática … cuando Sancho Le aplicó “Su Cuchillo” estaba todavía vivo … 

El Coronel Castañeda y el Capitán Contreras Me miran como incrédulos cuando Me ven amortajar Su Cuerpo en su caja de muerto de zinc caliente recubierta de robusto roble ... mientras aplico – previamente - sobre su pálida piel unas primeras capas de crema preservante … el primero me pregunta:

-            Qué le está poniendo … Licenciado …?

-            Coronel … es alcohol bencílico … previene un proceso de putrefacción acelerado … teniendo en cuenta estos calores … creo que Su Cuerpo llegará a Ciudad de México en estado casi esquelético… el trayecto es largo y las temperaturas son tropicales … es posible que pierda mucha masa muscular … pero no quiero que se descomponga rápidamente … Mis estudios anatómicos los practico con cadáveres recientes …

-            Puede practicarle aquí mismo una autopsia … tenemos instalaciones …

-            No … es algo que prefiero realizar en mi propio gabinete …

-            Si me permite la curiosidad … Licenciado … Qué hará con … Sus Partes …?

Me pregunta el Capitán Contreras. Le respondo:

-            Sus Partes … son dignas de estudio … por Su Tamaño …

El Coronel Castañeda y el Capitán Contreras sonríen socarronamente … Castañeda dice:

 Ciertamente … impresionantes … creo que ese “Cuchillo” quería quedárselas …

-            “Maldito” se las había prometido en principio … Sancho era su mejor castrador … pero con un puñado de plata conseguí convencerlo …

 Castañeda sonríe mostrando una mueca sarcástica por debajo de su mostacho:

-            Ese “Cuchillo” ha terminado perdiendo también sus partes pudendas … 

Corrobora Contreras:

-            Sí … yo mismo lo castré … en su celda … con su propio “Cuchillo” … No se lo esperaba … Puso esa cara de asombro … pero no me suplicó … se lo tomó con estoicismo … estoy convencido … Licenciado … de que Nosotros Los Mexicanos … a pesar de todo lo que nos han arrancado … tenemos más cojones para afrontar La Madre Muerte que esos maricones de los “gringos” …

-            Capitán … No Los menosprecie … No se deje dominar por ningún complejo … Se están apoderando de Este Continente … Son bravos … verdaderos machos … No tienen piedad con los débiles …

La cara muerta de Ken – llamado “El Chacal” en vida – mira con cierta melancolía hacia el cielo indiferente mientras aplico la crema preservante por todo su cuerpo … es como un masaje meticuloso … sus miembros no han sido todavía tomados por el rigor mortuorio … manejarlos mientras se muestran todavía flexibles es preferible … Mis manos pueden alcanzar concavidades que en estado de tiesura sería prácticamente imposible … sus axilas … su pelvis … su perineo … la concavidad practicada por el cuchillo de Sancho se asemeja en cierto modo a la vulva de una mujer menstruante … introduzco Mis dedos en el hueco profundo aplicando la crema preservante … hago lo propio por el ano prolongada y ampliamente estuprado … le peino con ella el pelo deslizándoselo hacia atrás por la parte posterior del cráneo … lo acicalo antes de amortajarlo … le pongo un poco en el mostacho … se la paso por los labios entreabiertos … Castañeda y Contreras contemplan el proceso como fascinados … dice el primero:

-            Sabe Usted … Licenciado … cómo tratar el cuerpo de un muerto …

-            Tengo … Coronel … experiencia …

 

La Caída de Boca Caliente … poco antes … 

 

El Coronel Castañeda contempla con sus prismáticos desde la colina la guarida de la banda del Diablo Loco … Mauricio – llamado “Maldito” – es en este momento El Jefe y su hermano Francisco – llamado “Furioso – su principal lugarteniente … a pocos metros de la entrada principal del barracón de madera donde están concentrados los bandidos cuelga de un robusto roble el cuerpo desnudo de un “gringo” … Castañeda distingue bien a los “gringos” porque suelen ser más altos y sus rasgos anglosajones – o de blancos caucasianos – nunca le pasan desapercibidos … tampoco la palidez o ese rosa nacarado de su piel … esa tonalidad de miel … cuando están completamente bronceados …  especialmente aquí en México … este “gringo” es particularmente alto … su cuello está comprimido hasta el extremo por una cuerda que parece morder con apetito su carne … su cara está descompuesta por una mueca que parece producida por un trauma … ese asomo de terror en sus ojos vueltos hacia el cielo … sus prolongadas piernas parecen paralizadas … ese tajo sangriento entre ellas … esa sangre que desciende incesante por sus muslos … Castañeda contempla al Licenciado platicando en la puerta con Mauricio, llamado “Maldito”, con Francisco, llamado “Furioso”, con Sancho, llamado “Cuchillo” … presencia los procedimientos del descendimiento del cuerpo colgado y emasculado … de su depósito en su caja de muerto … Castañeda se vuelve a Contreras y le dice:  

-            No cabe duda … Capitán … es ese “gringo” al que llaman Ken “El Chacal” … es lo que queda de él … lo capturaron en San Pablo del Monte y lo trajeron hasta acá en un carruaje de caballos para ejecutarlo … parece que tenían pendiente esa especie de cuenta con él … el propietario de la casa de huéspedes en la que se registró con una identidad falsa se lo comunicó a estos cabrones que habían estado siguiendo sus pasos … el Licenciado estaba al tanto de todo … en connivencia … se puso en contacto con el capitán de nuestro destacamento en esa población … que a su vez lo comunicó a nuestro cuartel en Chihuahua … cuando el Licenciado haya terminado y se ponga a resguardo con el cadáver del “gringo” … Atacamos!

-            El Licenciado está colocando la caja de muerto con el cuerpo de Ken “El Chacal” en ese carro funerario … Mauricio y Francisco lo están ayudando … es una caja muy larga … dicen que el Licenciado le tomó las medidas con una cinta métrica mientras se encontraba inconsciente en su cuarto en el pequeño hotel de San Pablo del Monte en el que se alojaba con identidad falsa … después de que Mauricio y Francisco lo capturaran … que encargó a un carpintero la fabricación de esa caja de muerto poco antes de que salieran de San Pablo del Monte …

-            La caja es pesada porque es zinc recubierto de roble … cuando acabemos con Boca Caliente inspeccionaremos el cuerpo … le sacaremos algunas fotografías …

-            Le practicaremos una autopsia …?

-            No … de esos procedimientos post-mortuorios se encargará el Licenciado …

-            Dicen … Coronel … que ese Ken “El Chacal” era el hijo del “Diablo Loco” …

-            Sí … tenemos constancia … un auténtico hijo de Satanás … se llamaba Herman Hawke …

-            Por qué lo mató … si era su padre …?

-            No lo sabemos con certeza … cuando capturemos a Mauricio … quizás nos cuente algo …

-            Cree … Coronel … que podremos capturarlos vivos …?

-            A todos los demás … balacera a la barriga … Mauricio y Francisco … Me Corresponden … parece ser que Mauricio prefirió que su banda siguiera llamándose la del Diablo Loco después de la muerte de Herman: NO La Banda de Maldito … La del Diablo Loco … así lo voceaba por todas partes … en honor a su amigo: como si Herman no hubiera muerto … como si siguiera liderándolos desde el Infierno … dentro de poco Todos van a reunirse con él aullando entre llamas … Mauricio parece que tenía en mucha estimación a ese perro “gringo” … no me extrañaría que … estuviera enamorado de él …

 

El Capitán Contreras se ruboriza un poco cuando Su Coronel le platica – colocándole una mano en un hombro – de estas estrechas relaciones entre hombres … a veces entiende en sus palabras una especie de insinuación … su relación cuartelera es también estrecha … El Coronel Castañeda vuelve a ponerse delante de sus ojos los prismáticos y comenta a Contreras:

-            Esos dos hermanos … Mauricio y Francisco … son dos verdaderos machos … son tan corpulentos … esta misma noche – cuando tengan la guardia más baja – atacaremos su guarida en este extrarradio de Boca Caliente … quiero capturarlos vivos … cercaremos el perímetro de su barracón de madera con zarzas ardientes para azuzarlos hacia fuera … les dispararemos a todos … menos a ellos … les daremos la oportunidad de rendirse … sabe usted … Contreras … que tenemos “carta negra” para ocuparnos de estos cabrones como creamos más conveniente … 

-            Creo … Coronel … que Sancho me corresponde …

Castañeda sonríe socarronamente a Contreras … le platica ahora tuteándolo: 

-            Quieres cortarle la verga y los huevos …

-            Sí … con su propio “Cuchillo” …

 

Durante mucho tiempo se había comentado que el gobierno mexicano estaba preparando tropas para enviarlas a Boca Caliente, pero pocos creían que eso fuera cierto. La connivencia de muchos gobernadores corruptos con los bandidos – especialmente en las zonas limítrofes con los Estados Unidos – y sus importantes contactos con próceres porfiristas * así como con el propio presidente hacían para el pueblo mexicano esta posibilidad altamente improbable. Trescientos hombres – no obstante – comandados por el Coronel Castañeda fueron los que finalmente asaltaron la guarida de los forajidos en mitad de la madrugada … como durante aquellos procedimientos estuvo el que esto suscribe presente paso someramente a resumirlos:

Las tropas destacadas del ejército mexicano van masacrando sucesivamente a todos los hombres de la banda del Difunto Diablo Loco … Capturan vivos – no obstante – como consecuencia de una exitosa estrategia de Castañeda a Mauricio, llamado “Maldito”, a Francisco, llamado “Furioso” así como a Sancho, llamado “Cuchillo” … Cercados por los federales cometen estos tres bandidos el mayor error de sus vidas: NO optar por el suicidio … se entregan con las manos sobre las cabezas después de presenciar con estupefacción y espanto el exterminio de todos sus compañeros: los soldados los desarman haciéndoles desprenderse de sus correajes y cartucheras … les hacen desnudarse dejándolos en calzoncillos escuetos … les colocan cadenas con cepos en tobillos y muñecas que mantienen colocadas mansamente a sus espaldas … circundan sus cuellos con metálicos collares hasta hacerles asomar las lenguas … los conducen a las mismas celdas que ellos acondicionaron en las cavernas para encerrar a sus prisioneros – a Ken Hawke, llamado “El Chacal”, por ejemplo … La Mayor de Sus Presas … entre los escombros carbonizados de su barracón de madera los tres prisioneros van descendiendo a Su Infierno … casi al instante Mauricio, llamado “Maldito”, lamenta – como líder – haber cedido a la cobardía y no haberse dado una muerte honorable … una bala en la boca hubiera bastado … el Coronel Castañeda es un hombre al que Satanás podría haber contado entre sus lugartenientes por lo que el destino de estos desgraciados no fue ciertamente nada agradable … pero esa es otra historia que quizás algún día contaremos … apuntaremos – no obstante – que padecieron tortura y estupro prolongado durante una noche de pesadilla que fue para ellos interminable … nadie hubiera podido pensar – particularmente – que un hombre como Mauricio, llamado “Maldito”, pudiera gritar ASÍ.

Amanecido el día siguiente los cadáveres desnudos y castrados de los bandidos que perecieron en la balacera son arrastrados por los caballos de los soldados por las calles desiertas de Boca Caliente … Ignacio, Manuel, Enrique, Rafael, Roberto, Leonardo, Emiliano … qué suerte tuvieron de que sus cuerpos recibieran todo ese plomo … los pocos ciudadanos decentes de la población contemplan entre aterrados … aliviados … fascinados … el macabro espectáculo de la masacre … Susurra uno a un vecino desde detrás de unos visillos que velan un poco su ventana:

-            Ese que llevan sentado en un carro … es “Maldito” … El Que Quebró al Chacal … El Coronel le ha cortado el mostachón … también la verga y los huevos … me parece que está muerto …

-            NO … No lo está … boquea como si le faltara el aliento … tiene la boca ensangrentada …

-            Entonces … ese otro … debe ser “Furioso” … su hermano … se parece bastante a él … pero ese sí parece que está muerto … le han hecho lo mismo que al hermano … pero no ha podido resistirlo …

-            El tercero es “Cuchillo” … tampoco parece moverse … lo han castrado por completo … le han cortado el cuello …

 

Desde una colina encaramada sobre Boca Caliente – sentado en su asiento – “Maldito” contempla con sus ojos abiertos – como con incredulidad – el Infierno ardiendo a sus pies … no le cubre ya la boca abierta su amplio mostacho porque le ha sido arrancado en su celda con casi toda la piel … el efecto en su cara es grotesco … un cepo metálico muerde su cuello carnoso … comprimiéndolo … su lengua asoma ampliamente … tiene las piernas abiertas y entre sus muslos copiosos se abre un amplio hueco … oscuro … profundo … la sangre se ha coagulado ya sobre su carne … Castañeda Se Cobró Sus Piezas … las guarda – seguramente – en lugar seguro como guardo Yo – Ken Hawke – Las Tuyas … como guardo las de otros forajidos de leyenda … “Maldito” fue el hombre – “Chacal” – Que Te Hizo Pagar Tu Última Cuenta … Todos pagamos – al final – Una Última Cuenta … Mientras acaricio Tu nacarada calavera Me pregunto a cuántos hombres mataste … enculaste … me parece que son incontables … todos esos sheriffs … esos cazadores de recompensas … esos otros bandidos … Tu Propio Padre … Tus cuencas vacías – Ken Hawke – parecen mirarme … mataste – también – a un muchacho inocente … Louis no tenía apenas maldad en su corazón … Lo sacrificaste sólo porque Te gustaba matar … Desde Tu Muerte No Puedes Responderme … Desde La Muerte No Puede Responder Nadie … Tu mueca me sigue pareciendo una sonrisa sarcástica … Pero Soy Yo – No “Maldito” – Quien En Realidad Te Mató … Quiero imaginar que cuando “Cuchillo” Te castraba Te acordaste de Mí … del parroquiano que Te invitó a unas cuantas copas de tequila en la cantina de un pequeño hotel de San Pablo del Monte … que esa copiosa perla que permanece asomando por el orificio entreabierto de La Cúpula de Tu Verga es un homenaje que Me dedicaste en tan traumático momento … más que un desesperado intento de perpetuar Tu estirpe maldita fecundando La Nada.

 

 

 

 

Algunas anotaciones a pie de página:

 

 (1a) Henry Mc Carthy  (1859 – 1881) alias William H. Bonney (1b) mucho mejor conocido por la posteridad como Billy “The Kid” – “El Niño” – fue un forajido y pistolero estadounidense del Viejo Oeste - de humildes raíces irlandesas - al que se le atribuyeron numerosos asesinatos. Se le conoce especialmente por su participación en la guerra del condado de Lincoln en Nuevo México (1878) en la que aumentó su reputación como pistolero. Quedó huérfano a los quince años y su primer arresto fue por robar comida a los dieciséis. Diez días después asaltó una lavandería china, acción por la que fue detenido, pero escapó de prisión y cruzó la frontera de Nuevo México hacia la vecina Arizona, convirtiéndose de esta manera en forajido y fugitivo federal. En el verano de 1877, después de matar a un herrero en un altercado, comenzó a hacerse llamar William H. Bonney, pues las autoridades habían puesto precio a su cabeza, convirtiéndolo en el hombre más buscado de Arizona. Regresó por este motivo a Nuevo México, donde se empleó como vaquero en el rancho de John Henry Tunstall - un importante hombre de negocios británico - y de su abogado Alexander Mc Sween, involucrados en un conflicto entre potentados del territorio que controlaban Nuevo México con métodos mafiosos. Tras el asesinato de su patrón, al que consideraba como a un nuevo padre, encabezó un grupo de vengadores conocido como “Los Reguladores”. Billy y dos de sus compañeros acabaron con la vida del sheriff William J. Brady, así como con la de uno de sus ayudantes, presuntos responsables de la muerte de su patrón, pero esta guerra del condado de Lincoln fue para él una auténtica “montaña rusa” que acabó colocándolo en una posición muy precaria y peligrosa, por lo que decidió escapar hacia el desierto. El sheriff Pat Garrett salió en su persecución y lo capturó en el invierno de 1880. En la primavera de 1881 Billy fue procesado y condenado por el asesinato del sheriff Brady, disponiéndose su muerte por ahorcamiento de manera casi inmediata. Escapó – no obstante – nuevamente de prisión, dejando en el camino los cadáveres de dos de los ayudantes del sheriff. Consiguió evitar su captura durante más de dos meses, pero Garrett le llenó el cuerpo de plomo finalmente – en Fort Sumner, en el verano de 1881, cuando Billy, “El Niño”, tenía 21 años. Yo, Carlos Hidalgo, Compré Su Cuerpo.

 

(2) Jesse Woodson James – Jesse James (1847 – 1882) fue un forajido estadounidense, asaltante de bancos, trenes y diligencias, guerrillero y líder de la banda de los James – Younger. Creció en el seno de una familia de Missouri con fuertes vínculos sudistas. Jesse James y su hermano Frank James (1843 – 1915) se unieron a unos grupos paramilitares pro-Confederación conocidos como “The Bush-Whackers” que combatieron en Missouri y Kansas durante la Guerra de Secesión (1861 – 1865). Terminada la contienda tanto Jesse como Frank fueron acusados de cometer atrocidades contra soldados de la Unión y civiles abolicionistas, incluyendo la Masacre de Centralia en 1864. Los hermanos James estuvieron especialmente activos como líderes de su propia banda desde 1866 hasta 1876 cuando – como consecuencia de un intento de atraco fallido a un banco en Northfield – Minnesota – varios miembros de la banda fueron capturados o eliminados. Jesse y Frank consiguieron escapar y continuaron con su carrera criminal durante varios años después de este incidente, reclutando nuevos miembros y cometiendo nuevos crímenes. A pesar de su crueldad como criminales los hermanos James – especialmente Jesse – alcanzaron amplia fama y simpatía popular por todos los Estados Unidos de América. La presión de las autoridades – no obstante – fue incrementándose e intensificándose, y el cerco poco a poco cerrándose para capturarlos y ponerlos a disposición de la Justicia. En la primavera de 1882, Jesse James fue balaceado y eliminado por Robert Ford (1861 – 1892) un nuevo miembro de la banda al que las autoridades ofrecieron una recompensa por la cabeza del bandido así como una amnistía por sus crímenes anteriores. Los restos mortales de Jesse James no yacen para siempre en el cementerio de Granbury. Yo – Carlos Hidalgo – Compré Su Cuerpo.

 

(3)  Robert Leroy Parker – alias “Butch” Cassidy (1866 – 1908) fue un asaltante de diligencias, trenes y bancos estadounidense y líder de una banda de forajidos del Viejo Oeste conocida como “The Wild Bunch”. Su carrera criminal se desarrolló durante más de una década entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, pero por la creciente presión de las autoridades estadounidenses que habían puesto precio a su cabeza – estuvo especialmente perseguido por la agencia de detectives Pinkerton – se vio forzado a escapar de los Estados Unidos. Escapó con su cómplice Harry Alonzo Longbaugh (1867 – 1908) conocido como “Sundance Kid”, al que acompañaba su novia, una tal Etta Place. El trío viajó primero a Argentina y después a Bolivia, donde Parker y Longbaugh parece que fueron eliminados en una balacera con el ejército boliviano, aunque sobre las circunstancias concretas de sus muertes hay numerosas especulaciones y nunca fueron completamente aclaradas. Parker – el primogénito de una familia muy numerosa de inmigrantes ingleses mormones – nació en Utah y se crió en Salt Lake City como mormón pero no era especialmente practicante. Asistió esporádicamente a la escuela pero se metía en líos con frecuencia, involucrándose en peleas y cometiendo robos. Siendo adolescente se escapó de casa y trabajó como vaquero hasta que encontró a un cuatrero llamado Mike Cassidy y se incorporó a su banda. Alternó su carrera criminal con trabajos esporádicos en varios ranchos y como carnicero: adoptaría de ahí su alias “Butch” – abreviatura de “Butcher” – añadiéndole “Cassidy” en reconocimiento a su viejo amigo Mike al que consideraba – como Aquiles – una especie de Centauro Quirón: Su Maestro y Mentor. En Argentina – con Longbaugh – atracó varios bancos y ambos escaparon atravesando la pampa de la Patagonia. Perseguidos por la Pinkerton pasaron a Bolivia donde – enmascarados – asaltaron una comitiva que transportaba la paga para unos mineros de San Vicente. Se alojaron posteriormente en una pequeña casa de huéspedes propiedad de un minero llamado Bonifacio Casasola, al que despertaron sospechas porque llevaban con ellos una mula que – por la marca que llevaba en el lomo – pertenecía a la mina a la que se dirigía la comitiva que habían asaltado. Al parecer Casasola lo notificó a un operador de telégrafo, quien a su vez por este medio lo puso en conocimiento del regimiento de caballería de Abaroa, acuartelado en las cercanías. Al parecer los soldados – comandados por el Capitán Justo Concha – el jefe de la policía local, el alcalde y otras autoridades armadas rodearon la casa de huéspedes de Casarola … Parker y Longbaugh – al advertirlo – abrieron fuego contra la comitiva que se acercaba para capturarlos. En la balacera – que se prolongó varias horas durante la tarde y la noche – los bandidos estadounidenses mataron a varios soldados bolivianos e hieron a otros tantos. Hacia las 2:00 de la madrugada, durante una pausa en el tiroteo, el alcalde notificó haber escuchado a un hombre gritar tres veces en el interior de la casa de huéspedes, después dos detonaciones sucesivas. Las autoridades entraron en la casa en la mañana siguiente y encontraron los cuerpos de ambos hombres con numerosas heridas de bala en brazos y piernas. El cuerpo del hombre que parecía ser Longbaugh tenía un agujero de bala en la frente y el que parecía ser de Cassidy un agujero de bala en la sien. El informe de la policía local especuló con que - teniendo en cuenta la posición en que los cuerpos fueron encontrados - Cassidy había probablemente disparado a Longbaugh - herido de muerte – para ahorrarle sufrimiento … disparándose en la sien poco después. Los cuerpos fueron trasladados al cementerio local de San Vicente, donde se los enterró cerca de la tumba de un minero alemán. Si bien se han realizado intentos para encontrar su tumba anónima, en particular por el antropólogo Clyde Snow y su equipo, no se han hallado muestras de ADN que se correspondan con los de parientes vivos de Butch y Longbaugh. Y es que Yo – Carlos Hidalgo – Compré Sus Cuerpos.

 

(4)  Harry Alonzo Longbaugh – alias “Sundance Kid” (1867 – 1908) nació en Mont Clare, Pensilvania (Estados Unidos) y murió en San Vicente (Bolivia). Su apellido aparece escrito a veces como Longabaugh. Fue un famoso forajido y asaltante de trenes, bancos y diligencias estadounidense compañero hasta la muerte de “Butch” Cassidy con el que conformó la banda conocida como “The Wild Bunch”. En 1887 Harry Longbaugh fue condenado por robo de caballos y sentenciado a 18 meses de prisión en Sundance (Wyoming). A causa de este periodo de prisión más tarde se le conocerá por el apodo de “Sundance Kid”. Es probable que Longbaugh conociera a “Butch” Cassidy poco después de que este último fuera liberado de prisión en 1896 y desde entonces desarrollaron su carrera criminal como compañeros inseparables dentro de la banda “The Wild Bunch” hasta su fuga conjunta a América del Sur. Se conoce poco de las andanzas de Longbaugh antes de su asociación con Cassidy pero sí se sabe que en 1891 – a la edad de 25 años – Harry trabajaba como vaquero en uno de los ranchos más grandes explotados comercialmente en el continente por aquella época: el “Bar U Ranch” de Alberta (Canadá). Si bien Longbaugh era sumamente rápido con la pistola y a menudo se lo describe como “pistolero” no hay información que acredite que hubiera matado a nadie antes del famoso tiroteo en Bolivia en el que presuntamente perecieron Cassidy y él. Como su biografía se superpone con la de su compañero remitimos a la nota anterior para más información sobre su carrera criminal conjunta. Durante un tiempo la banda “The Wild Bunch” fue conocida por la ausencia de violencia en sus robos – recurriendo más a la intimidación y a la negociación – pero ambos criminales eran conscientes de que la captura de su banda les hubiera condenado a la horca irrevocablemente. Otros historiadores sostienen – no obstante – que la anterior aseveración no es correcta y parece deberse más a las historias inventadas por Hollywood donde se les presentaba principalmente como simpáticos y no violentos. En realidad, varias personas fueron asesinadas por miembros de la banda, incluidos cinco oficiales de la ley a quienes se sabe que asesinó George “Kid” Curry, uno de sus miembros más sanguinarios. Afiches de “Buscados vivos o muertos” fueron colocados a lo largo y ancho de todos los Estados Unidos ofreciendo recompensas de hasta 30.000 dólares por cualquier información que condujera a su captura y muerte. Su escondrijo predilecto era un sitio que ellos llamaban “The Hole in the Wall” – el Agujero en la Pared – ubicado cerca de Buffalo (Wyoming). Desde allí emprendían sus correrías para luego retirarse al mismo con gran confianza de que no serían encontrados, dado que el lugar se localizaba en las zonas altas de la montaña y contaba con una buena visibilidad que les permitía vigilar en todas direcciones. Sin embargo un grupo de detectives de la agencia Pinkerton al mando de Charlie Siringo se empeñó durante años en atrapar a la banda. Para que las cosas se calmaran un tanto – y buscando nuevas oportunidades para sus actividades delictivas – Cassidy y Longbaugh salieron en barco desde Nueva York hasta Buenos Aires el 20 de febrero de 1901 en compañía de Etta Place, la “esposa” del segundo. Posteriormente los dos hombres – presumiblemente sin la “esposa” de Longbaugh – acabaron sus vidas violentamente en San Vicente (Bolivia) pero para esos detalles remitimos a la anterior nota.

 

(5)  “próceres porfiristas” de Porfirio Díaz (1830 – 1915): político, militar y dictador mexicano de prolongada trayectoria que se desempeñó como presidente de México en varias ocasiones desde 1876 hasta 1911. El tiempo que acumuló ejerciendo el cargo de presidente de los Estados Unidos Mexicanos tuvo una extensión sin precedentes, alcanzando los treinta años con ciento cinco días. A este prolongado lapso se le denomina en la historiografía mexicana como “Porfiriato”. Destacó como militar nacionalista republicano contrario a los planes de Napoleón III de imponer en México una presencia geopolítica francesa – y europea – mediante la proclamación del desdichado Maximiliano de Habsburgo como exótico emperador. Como nuestra finalidad – en este momento – no es política no nos entretendremos describiendo la prolongada carrera política de Porfirio. Nos limitaremos a decir que – como dictador – combatió durante su primera fase la Revolución Mexicana (1910 – 1917) y que derrocado su prolongado régimen murió a los 84 años de edad – de muerte natural – en París.

 

(6)  Ken Hawke – alias “The Jackal” o “El Chacal”  ( … - … )

     Qué Más Podemos Decir de Ken Hawke?

 

 

 

 

Versión Libre de Carlos Hidalgo de “L´ULTIMO CONTO” – capítulo XVI y último de la serie “KEN LO SCIACALLO”, de Ferdinando Neri.  

 

 

 

 

 

 

 

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